Editorial
UN PROFESOR SIN ATRIBUTOS (1)
“Me remonto siglos tras siglos hasta la más remota antigüedad, pero no descubro nada parecido ante lo que hoy se presenta a mi vista». Alexis de Tocqueville.
La cita de Tocqueville nos sirve como referente reflexivo para encuadrar algunos conceptos en relación con el panorama educativo. Basta contemplar el escenario bárbaro (2) de un aula para caer en la melancolía de la civilidad ilustrada que fue el aliento que impulsó a los pensadores del siglo XVIII con respecto a la instrucción pública del «pueblo». Interiorizar la tradición y la cultura-en su acepción más amplia y consistente- fue la finalidad de la escuela durante el siglo XIX y gran parte del XX. Desde las diferentes manifestaciones filosóficas, artísticas o científicas se tenía conciencia de cuál era el papel del docente y la función social que se esperaba de él. Parece evidente, sin embargo, que, como señaló Ortega y Gasset hace décadas, deambulamos en una situación de “radical desorientación”. Dos anécdotas recientes pueden clarificar el contexto contradictorio y conflictivo en la que nos movemos: un profesor un tanto despistado comentaba que explicando el proceso al que fue sometido Galileo Galilei en 1632, solicitó de un alumno veinteañero que datase el siglo en cuestión; el alumno no solo no supo concretarlo, sino que proclamó con orgullo posmoderno que no le importaba lo más mínimo (se ve que a la criatura le debe dar lo mismo ser definido como siervo en el siglo XII, que como ciudadano tecnológico en el XXI). Por otro lado, una profesora jubilada-y notable poetisa- señalaba con tristeza en una tertulia que se retiraba de la enseñanza sin saber ya cómo corregir un examen, tal es la complejidad terminológica que han diseñado los “expertos en educación”. Así, las certezas en las que habitaba el docente hace lustros, se han ido derrumbado en una progresiva perplejidad acompañada de un sintaxis inconsistente y abstrusa elaborada por atrevidos pedagogos. Sirva como exponente este artículo del actual Real Decreto con respecto a las finalidades pedagógicas que tienen que alcanzar los alumnos de nuestro país en relación con una ciencia formal como son los las matemáticas: “Creencias, actitudes y emociones. Gestión emocional que intervienen en el aprendizaje de las matemáticas. Autoconciencia y autorregulación”. Vuelva a leerse la última frase para percatarse de que los redactores de tal embrollo deben ser criptoprotestantes de despacho (los números son graciosamente invocados por el alumno como paso previo a un examen de conciencia, como diría con acierto irónico el profesor Antonio Torrejón). Pero el asunto, trágicamente, no acaba aquí…el despropósito con ánimo psicologicista continúa: «Las líneas principales en la definición de las competencias específicas de las matemáticas son la resolución y las destrezas socioafectivas». Visto lo visto, hacemos una advertencia solidaria al lector para que sea precavido en los próximos años a la hora de cruzar alguna estructura de ingeniería en nuestro país, entendemos que estarán construidas con mucho amor, pero con muy poco sustento matemático…Miren el suelo que pisan.
Como sabemos la situación no es nueva; en una progresiva destrucción histórica de los puntos de referencia que han permitido la relación profesor/alumno, hubo avisos claros de que las cosas pintaban mal. Asumimos por nuestra parte con desgracia contemporánea que el perfil del político actual es la de un populista de verbo fácil pero vacío de contenidos. Baste con que se le pregunte por alguna cuestión social relevante, para ocultar su oceánica ignorancia con esta propuesta: “Este tema lo debe resolver la educación”. Como consecuencia los centros educativos se han convertido en espacios con una perspectiva terapéutica: una salsa pastosa donde menos corregir faltas ortográficas o clarificar el teorema de Pitágoras, el docente se ve en la tesitura de tener que estar alerta de problemáticas emocionales y angustias existenciales. Lean los artículos de nuestros alumnos como trabajo de campo para tomar conciencia de lo que demandan de un profesor. Es por ello que, desde la Revista Mileto, no nos opondríamos nunca a que en el DSM (Manual de Trastornos Mentales de la Asociación Psiquiátrica Americana), apareciera de manera clara y nítida el Trastorno Ortográfico de la Personalidad (TOP); es posible que de esta forma, por fin, se resolviera esta epidemia social con la incorporación a los institutos de nuevos terapeutas entrenados en esta nueva especialidad patológica. Los profesores de Lengua y Literatura podrían pasar a labores de conserjería…o limpieza.
Ya Hannah Arendt nos advertía en la década de los 50 la crisis que se avecinaba en las aulas. Las nuevas prácticas educativas institucionalizadas por los discípulos de un filósofo pragmatista como John Dewey (fue el inventor del aprender a aprender) estaban provocando que se desnaturalizara la función principal de la educación, que no es otra que conservar “los tesoros ocultos de la tradición” tal como se nos ha donado por nuestros antepasados (recordemos que la filósofa se educó en un Gymnasium alemán donde adolescentes de 14 años, como fue su caso, se graduaban dominando el griego y el latín). Se apostaba de esta forma de manera inteligente, por una meritocracia que terminaba proyectándose en el espacio público en cada una de las ramas del saber: matemáticas, física, filología, química, literatura…aportando todos ellos lo mejor de sí en el convulso momento histórico que les tocó vivir. Este fue, sin duda, el caso de Tony Judt, cuando en Pensar el siglo XX, realiza una crítica contundente al método comprensivo y progresista por resultar confuso y dañar los fundamentos de la cultura. Así, como historiador señalaba: «Antes de que nadie pueda «comprender» el pasado, tiene que «saber» lo que ocurrió, en qué orden y en qué resultado. En cambio, hemos educado a dos generaciones de ciudadanos completamente desprovistos de referencias comunes. A consecuencia de ello, pueden contribuir poco al gobierno de la sociedad» (recuérdese nuevamente al alumno que no sabe en qué siglo se encuentra). Estas palabras de un intelectual que no es sospechoso de reaccionario o conservador, nos lleva a plantear la relación entre educación y ciudadanía y que fue objeto de intensas y profundas reflexiones por parte de los pensadores clásicos (Platón es el ejemplo paradigmático sobre esta cuestión). El sentimentalismo y la emotividad grosera que sustentan la práctica educativa en estos últimos tiempos hace que se estén observando en las aulas individuos atomizados y desconectados de la vida cívica, basando sus filias o fobias políticas, no en razonamientos argumentativos y categoriales, sino en la identificación empática-o antipática- con el semejante (los míos y los otros, con lo que se concluye en la dialéctica trágica que nunca debe darse en democracia de amigo/enemigo y que es lo que acaba degradando la convivencia social y que, por lo demás, provocó el auge de los totalitarismos durante el siglo pasado).
En «El héroe discreto», Mario Vargas Llosa, narra la historia de un pequeño empresario que es extorsionado a través de cartas para que pague la mordida correspondiente a cambio de protección. El protagonista, en un acto de coraje y valentía se niega recurrentemente a hacerlo; nada tiene que ocultar, nada tiene de lo que avergonzarse. Sirvan estas líneas como tributo para aquellos docentes que, sencillamente, no se avergüenzan de serlo y se han resistido en caer en las trampas de malas legislaciones. Profesionales que se limitan a entrar con decencia en un aula e intentan cuidar la tradición sin caer en el abismo de las monsergas eclesiales de moda. Héroes discretos que se niegan a ser oficinistas por horas o gurús espirituales…Profesores con contornos definidos que trasladan con elegancia didáctica un saber sustentado en el tiempo.
Agradecer el esfuerzo voluntarioso por parte de todos los alumnos participantes (que sé que disculparán algunas apreciaciones realizadas anteriormente porque han sido cómplices de las argumentaciones aportadas en el aula sobre la situación de la educación). Somos conscientes de las dificultades en la elaboración de los artículos presentados, pero no deja de ser conmovedor que hayan querido hacernos partícipes de sus experiencias, así como los obstáculos que perciben en la educación. Todos ellos agradecen sinceramente las atenciones por parte del profesorado y la labor que realiza la institución en la que han sido acogidos. El IPEP lleva más de treinta años cuidando de la educación, labor que nos consta en este tránsito de la Revista Mileto por tierras de Cádiz que proseguirá realizando con virtuosismo y dedicación.
Por último, una vez más, agradecer a Paco Vázquez, antiguo alumno, el diseño de la revista y la dedicación desinteresada en este proyecto quijotesco. Sin su participación estas líneas ni siquiera podrían ser leídas. Gracias, amigo.
Nos despedimos, pues, en el recuerdo de la compañía profesional y amistosa durante estos meses del claustro del IPEP de Cádiz, y particularmente de los compañeros del Departamento de Filosofía por las conversaciones tan amables y filosóficas durante este curso, que seguro que darán para un libro….
(1). El título hace mención al libro El hombre sin atributos de Robert Musil.
(2). Los griegos denominaban bárbaros a los que no hablaban su lengua. El origen del término es que consideraban que balbuceaban sonidos ininteligibles. Sabemos por el Informe Pisa que nuestros estudiantes tienen serias dificultades para describir situaciones y poder expresarlas con claridad y distinción.