MIEDO A LA SOLEDAD

Candela Astola

Últimamente todo parece estar cambiando a una velocidad ridícula, como si el mundo se estuviese desarmando y rearmando al mismo tiempo, como si todo siguiese girando con él menos yo. Los amigos ya no son los mismos, el hogar se siente diferente, y ya hasta al mirarse en el espejo, casi nadie termina de reconocerse. Siento como que todo lo que alguna vez fue constante está empezando a desaparecer, que ya hasta confiar se ha vuelto un desafío, y que detrás de todo este caos, solo estamos yo y esta sensación constante de soledad que tanto me persigue. 

Y no nos vamos a engañar, al principio sí es verdad que da miedo, además bastante, da miedo sencillamente porque cuando estás solo te das cuenta de todo lo que normalmente escondes. Pero cuando hablo de soledad no me refiero a estar solo un rato, a estar solo como cuando estás en tu habitación escuchando música o viendo series. Más bien hablo de ese tipo de soledad más profunda, ese silencio raro cuando todo se apaga, cuando no hay mensajes, ni llamadas, ni nadie preguntando cómo estás, es más bien esa soledad que se siente incluso cuando estás rodeado de gente, esa soledad que te hace pensar, ¿y si nadie me entiende? ¿y si en este nuevo mundo que se está armando ya no tengo un lugar donde encajar? Y es ahí cuando te cae encima toda la tristeza, la ansiedad y esa sensación de vacío, todos esos sentimientos que intentamos ocultar tras una especie de “máscara” que nosotros mismos creamos con tal de no vernos frágiles y vulnerables.

Lo peor del miedo a la soledad es que se te mete en la cabeza y te hace dudar de prácticamente todo. Te hace aferrarte a amistades que ya no te hacen bien por el simple hecho de no quedarte solo. Te hace decir que sí cuando realmente quieres decir que no, y llegas a un punto en el que te das cuenta de que, con tal de no quedarte sin nadie, realmente te estás perdiendo a ti.

Pero supongo que con el tiempo y tras haberlo afrontado en vez de intentar evitarlo, empezamos a notar cambios, bueno, cambios, mejor llamarlo progresos, avances, o mejoras. Empezamos básicamente a ver la otra cara de la moneda, que tal vez la soledad no es esa enemiga que siempre creímos, que quizás no es más que una simple etapa, una etapa como cualquier otra. Es ahí cuando comenzamos a pasar más tiempo con nosotros mismos, al principio es raro e incómodo, para qué mentirnos diciendo que es maravilloso y de “color de rosa”, ¿no? Sin embargo, poco a poco, en el silencio de esa misma habitación donde antes te cuestionabas hasta tu propia existencia, entre pensamientos, series y playlist eternas, empiezas a entenderlo todo. 

Con el paso del tiempo te das cuenta de que lo que antes era miedo, se fue transformando en espacio y serenidad. Espacio para pensar, para creer, también para querer, espacio para aprender qué quiero y qué no, también para empezar a valorar los silencios cómodos, esos silencios que solo se tienen con personas que realmente te hacen bien. Ahí es cuando la soledad empieza a no asustar tanto como antes, de hecho, a partir de entonces a veces incluso tendemos a buscarla.



Al final te das cuenta de que, “la soledad aburre, pero no traiciona”, de que tu propia compañía se puede convertir en un lugar seguro y también interiorizas que no está mal tener miedo, que lo que verdaderamente importa es lo que haces con él. 

Tal vez eso es crecer, dejar de temerle a la soledad y empezar a valorarla y comprenderla, porque al final la soledad se transforma en calma, siempre y cuando la mente actúe en sintonía con ella, sin prisa, simplemente dejándose llevar, como la música y las notas que juntas constituyen su partitura.