Paco Grau - Profesor de Filosofía del IPEP (Bachillerato de adultos)
Mi compañero (de brega en esto de la (des-)educación) y amigo, Antonio Ruiz, co-perpetrador de esta Revista Mileto, me pide unas palabritas sobre el miedo. Y me pide concisión, brevedad, y yo intentaré serlo (conciso y corto en palabras; espero que no, en ideas), siguiendo aquella máxima de Delibes según la cual lo que hay que decir, puede sr dicho brevemente. A ver; porque Delibes sólo hubo uno. En cualquier caso, procuraré llegar al grano sin demasiados rodeos.
En cierto momento de El nombre de la rosa (libro de U. Eco/película de J.J. Anaud) justamente cuando Guillermo de Baskerville menciona ante el venerable Jorge de Burgos el segundo libro de La poética de Aristóteles (que, según parece, versaría sobre la comedia), Umberto Eco hace decir a éste (Jorge), gritando y como fuera de sí, que “LA RISA DISUADE AL HOMBRE DEL MIEDO, Y, SIN MIEDO, NO PUEDE HABER FE, PORQUE, SIN MIEDO AL DIABLO, YA NO HAY NECESIDAD DE DIOS (…) La risa es un viento diabólico que deforma las facciones y hace que los hombres parezcan monos. La risa es un atributo humano, como el pecado; Cristo nunca rio, en ningún momento de las Escrituras se dice que riera”…Y fray Guillermo le entra al trapo, replicándole que, en las Escrituras, tampoco se dice lo contrario. Jorge de Burgos, poseído ahora/ya por una ira incontrolable, pone fin a la discusión con un bastonazo sobre la mesa. Fin de la escena.
Teólogos tiene la Iglesia y (los tuvo la Sorbona) que teoricen sobre los vínculos entre el miedo y la fe, el demonio y Dios; “Que sais-je”. Teólogos capaces de exprimirle, hermenéuticamente, todo el jugo a este magnífico texto de Eco. Y habrá asimismo antropólogos de distintas escuelas y etólogos (de la única escuela que hay, según creo) que pueden ilustrarnos sobre cómo el miedo no es sino una respuesta evolutiva y adaptativa que nos capacita para la supervivencia. Pero yo no soy ni teólogo, ni biólogo, ni antropólogo, ni etólogo, para pronunciarme al respecto. Y sí: hay también psicólogos clínicos, y son legión, que, cada vez más, pueden atiborrarnos de estadísticas, lanzar originales hipótesis y escribir sesudas tesis sobre cómo/cuánto más están viendo, en consulta, el miedo como causa última del desajuste mental de los jóvenes (“Nota bene”: mi preocupación siempre pasa por aquí: por los jóvenes, porque, y no soy nada original, en ellos debería ver un potencial de futuro; pero cada vez me cuesta más). Y tampoco soy psicólogo. Soy/he sido profesor de Filosofía (o algo así), y lo que quiero plantear aquí -como digo, muy brevemente- es siquiera un apunte/esbozo de comentario de texto, con las miras puestas en darnos qué/que pensar. Mi planteamiento se resumiría en enfrentar la siguiente pregunta: ¿Tiene el texto de marras una lectura e interpretación contemporáneas y/o algún encaje en la actualidad? Esta sería, como digo, la cuestión que planteo para suscitar la reflexión y el debate; y a ver si, partiendo de ella, soy capaz de concluir algo. Y anticipo una respuesta: sí; sí que tiene una lectura, una interpretación y un cierto encaje en nuestros días, aunque paradójicos. Intentaré, al menos, mostrarlo (porque de-mostrarlo no puedo).
Sostengo que EL MIEDO es el concepto que vertebra el razonamiento de Jorge de Burgos. Sostengo que, en él, Luzbel o Leviatán funciona como premisa/axioma en dicho razonamiento. Sostengo que la fe funciona a modo de “catalizador teológico” (suponiendo, y mucho, que algo así exista o haya existido jamás); y sostengo que el Dios al que fray Jorge necesita es el resultado del argumento o su conclusión (¿necesaria?). Y hasta aquí tendrían sentido las palabras del cenobita español (“…ciego, encorvado por el peso de los años, blanco como la nieve (…) y cuyo tono de voz era el de alguien que sólo estuviese dotado del don de la profecía”), en el contexto histórico en que lo plantea Umberto Eco: la baja Edad Media (siglo XIV, más concretamente) centro-europea. Hoy, en mi opinión, EL MIEDO sigue siendo un concepto vertebrador, definitorio, posiblemente, incluso de la misma naturaleza humana. Belcebú o Satán simbolizarían las fuerzas del MAL (simplificando la cosa así, a la manera del profeta persa, Mani/Manes); la fe, quizás, tendríamos que sustituirla por ese otro don teológico que es la esperanza; y a Dios tendríamos que entenderlo como simbolizando, en este otro extremo del péndulo, las fuerzas del BIEN. Concretando, en términos parecidos al argumento de Jorge de Burgos y generalizando, tal vez, en demasía, la cosa quedaría como sigue: Sin miedo a las fuerzas del Mal, ya no tendríamos necesidad de creer en las fuerzas del Bien. Y así las cosas, según yo las veo, después de los siete siglos que median entre el enfrentamiento de fray Guillermo y fray Jorge, la estructura del razonamiento se ha (como) invertido o, por usar la terminología de Nietzsche, transvalorado: Lo que en aquél era la premisa, hoy sería (contingentemente, eso sí) la conclusión o el resultado; y lo que, en aquél, era la conclusión, hoy sería (necesariamente y por desgracia) la premisa. Y, como soy consciente de que, por impericia y/o falta de talento, lo que sostengo es confuso, intentaré aclararlo con algunos “casos ejemplares” -por llamarlos de alguna manera – de los que puedo hablar con cierta autoridad, aunque sólo sea porque llevo años bregando con estas cuestiones y otras afines.
Caso ejemplar 1. De política y políticos al uso; de mercachifles; de cantamañanas; y de Política fetén. De demagogia y de Democracia (“Nota bene”: ab-usaré de las mayúsculas a discreción, “My way”)…Y a la evidencia me remito: como parece darnos alipori tener que apostar por ese modelo de Político (así, en mayúsculas, en sentido grande) clásico, cuya misión, según Platón y Aristóteles y otros, no sería sino la de dedicar/hipotecar su vida a/en la gestión del Bien Común, porque sólo así, éste y el bien privado salen reforzados y sólo desde esta perspectiva podemos entender que, para el fundador de La Academia (institución pensada justamente para formar/educar a verdaderos políticos), el auténtico hombre de Estado es aquel que no quiere serlo; pero que lo es por un poderosísimo sentido del deber y siempre después de haber superado un rigurosísimo proceso formativo-selectivo que se prolonga por más de veinte años, con las miras puestas en que quien ostente la responsabilidad de gestionar este Bien Común sea, en una palabra, EL MEJOR (“Aristós”), por este miedo, como digo, tenemos fe (y tan ciega) en “los políticos al uso” -dejadme que los llame así. Es decir: el miedo -como sostengo en mi planteamiento- a lo bueno, a lo que de verdad vale, a lo mejor hace que apostemos por quienes a todas luces no hacen sino medrar en busca de su propio lucro y provecho, importándoles una higa qué líneas rojas morales haya que pasar. Y digo que apostamos por ellos, hoy, porque, lamentablemente, estos políticos a los que me estoy refiriendo (y entiendo que todos sabemos de quiénes estamos hablando: políticos/cantamañanas/mercachifles/trujamanes/charangueros de allende la mar oceánica y de estos lares. Ponedle vosotros nombres y apellidos ) han sido entronizados en el poder en virtud de lo que, para mí, no es sino un simulacro o sucedáneo del auténtico proceso democrático. Y de aquí se sigue, a poquito que hilemos, que la demagogia, hoy, se haya comido por las patas al (diablo de) la verdadera democracia. Concluyendo con este primer caso ejemplar: ¿Por qué tememos (a) la Política de verdad, la auténtica, y depositamos nuestras esperanzas en aquellos que sólo pretenden llevarnos al huerto (“demagogos”) con falacias flagrantes y excusas de mal pagador? Entiendo yo que porque la Política que se ejerce de veras exige una ciudadanía responsable, con una conciencia críticamente formada, tras un largo y sólido proceso educativo; y de esto, hoy, poquito…(“Nota bene”: Continúa en el siguiente caso ejemplar)…
Caso ejemplar 2. De Loece, LODE, Logse, Lopeg, LOCE, LOE, Lomce, Lomloe; de postmodernos planteamientos pedagógicos; de (des-)educación y otras vainas; y de verdadera/auténtica Educación. Y de esto ya hablé/escribí, comedido y prudente, en la anterior entrega de la “Revista Mileto”. No es plan de repetirse. A lo que dije me remito. No obstante, aquí/ahora, toca matizar una miajita la cosa en los siguientes términos: ¿Por qué temer (a) la verdadera/auténtica Educación (“Paideía”) y depositar nuestras esperanzas en naderías, en memeces del tres al cuarto, en bagatelas, chucherías y banalidades administrativas vacías de sentido, en fuegos de artificios, en humo, en gilitonteras, en fruslerías castradoras y tendenciosamente orientadas, que imbecilizan e idiotizan “sine cura” a los alumnos y aburren y deprimen y angustian existencialmente a la mayoría del profesorado, forzándoles/forzándonos a capitular y tirar la toalla? Sencillo. Simple. Fácil: a la persona bien educada no se la engaña así como así; no se la lleva al huerto sin motivo fundado; no se la manipula ni se la torea con verónicas largas, ni con trincherillas, ni con pases cambiados, ni con navarras, ni con delantales, como a los Cebada Gago, los Victorinos, los Miura o los de Alcurrucén. La buena Educación, la fetén, la de verdad tiene que ver con la exigencia, con la excelencia, con el esfuerzo, con el rigor, con la competencia bien entendida e incluso con la elegancia en el ser y en estar en el mundo. Justamente con esos conceptos asociados al “Angst” heideggeriano, en particular, y existencialista, en general. Pero entenderéis que de esto no podamos seguir hablando aquí. Los planteamientos pedagógicos de nuevo cuño, a fuer de tan sólo espolear emociones bastardas y bigardas, nos han traído, como ya quedó demostrado, a la inanición más absoluta, en cualesquiera ámbitos de lo real/humano. Quien tenga ojos, que vea… (“Nota bene”: Continúa en el siguiente caso ejemplar)
Caso ejemplar 3. Del libertinaje y de la Libertad (otra vez: en mayúsculas). ¿Por qué tenerle Miedo a la Libertad (le preguntaríamos, si pudiéramos, a E. Fromm) y seguir apostando, de un tiempo a esta parte ya descaradamente, por el libertinaje? ¿De dónde ese miedo a abandonar esa autoculpable minoría de edad, tan cara por/para Kant y Goethe? La cosa es, de nuevo, simple (aunque no necesariamente sencilla) : viene a decir el Nobel mejicano, Octavio Paz, en relación con la Libertad que ésta consiste en “…un movimiento de la conciencia que nos lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabos: SÍ o NO”. Más melódica y poéticamente quizás nos la definan el cantautor de Country, Kris Kristofferson: “es una palabra más -la libertad – para decir que no queda nada que perder” ( “Me and Bobby McGee”. (“Nota bene”: siendo magnífica la versión original, yo os recomiendo que la escuchéis también versionada por Janis Joplin, porque su interpretación es insuperable); y nuestro (y del “Ecumene”) Joan Manuel Serrat, en “Esos locos bajitos”, donde deja dicho, en mi opinión, todo lo que de esencial puede decirse de/sobre este asunto. Te canto un poquito: “…Y nada ni nadie puede impedir que sufran” (esos locos bajitos) “/ que las agujas avancen en el reloj / que DECIDAN por ellos, que se EQUIVOQUEN / Que crezcan y que un día nos digan adiós. Niño, deja ya de…”. En efecto: ser libre implica decidir/elegir/optar (…ante esos dos caminos que se bifurcan (“…Apenado por no poder tomar los dos /…uno era tupido y requería uso / …Dos caminos se bifurcaban en un bosque / Y yo, yo tomé el menos transitado / Y eso marcó la diferencia”. R. Frost. “The Road no taken”), en ese misterioso bosque amarillo que simboliza la vida) y, por lo tanto, perder (aunque obviamente también, a veces, ganar); y lo que es más principal: responsabilizarse de las consecuencias que toda elección genera y provoca. Dicho en plata: “Coger al toro (de la vida) por los cuernos; o, en su defecto, por los testículos -por no ser demasiado vulgar”. Y sabemos, ¡ay!, que ese niño que todos llevamos dentro no quiere elegir porque no quiere perder nunca/nada. ¡Que elijan otros (los padres, Dios, el Estado… “quéséyo”) y que se responsabilicen ellos! ¡A mí, dadme pan y circo y dejadme “…bien comido y panza arriba”, como anhelaba Marco Valerio Marcial.
Y no me resisto a terminar sin traer a colación un otro texto al respecto del ya mentado E. Fromm. Dice así: “…todos estamos determinados por el hecho de que hemos nacido humanos y, en consecuencia, por la tarea interminable de tener que elegir constantemente. No debemos confiar en que nadie nos salve, sino conocer bien el hecho de que LAS ELECCIONES ERRÓNEAS NOS HACEN INCAPACES DE SALVARNOS”. (En el corazón del hombre) Y sí: elegir bien es dificilísimo y equivocarse, indecentemente fácil; estaréis a unas conmigo en esto. Ser libertino/a, en cambio, va (como) de suyo; y quien así se comporta (cada vez, los más) no hace sino gala de esa brutalidad que habita en lo más profundo de cada ser humano. Ser libertino/a es fácil, como digo, y divertido; basta con dejarse llevar y, si te he visto, no me acuerdo; y a quien Dios se la dé, que san Pedro se la bendiga. Y, en fin, que ya vale; que toca ir despidiéndose; que me riñe Antonio. Pero la lista de casos ejemplares podría ampliarse y mucho, analizando por qué, por ejemplo, esperamos algo de las guerras (léase las de Ucrania-Rusia y Palestina-Israel, entre otras muchas de menor enjundia mediática) al tiempo que tememos una utópica paz perpetua. O por qué…Pero dejémoslo para otra ocasión, si se terciara. Lo dicho: En fin: Jekyll y Hyde, según convenga.
Y sí, fray Jorge, tiene usted razón, aunque sus formas sean discutibles. Como enuncia el título de este escrito, el dios Pan se ha despertado de su siesta para aterrorizar a la ninfa Siringe. Y que, en tiempos de Nihilismo patente (“¿Acaso no oyes que éste está tocando a la puerta?”), la Transvaloración de todos los Valores podría dejar expedita alguna salida decente a la esperanza. Seamos optimistas (aunque nos llamen “ingenuos”)…En cualquier caso, si esto que dejo escrito contiene alguna verdad, sería para preocuparse y tomárselo muy en serio. En fin: queden ustedes con Dios o con el Demonio; lo dejo a su elección.
