EL MIEDO COMO PLACER

Carla Anglada

Cuando buscamos una película de miedo ¿no es miedo lo que buscamos?. Porque no existe una sola perspectiva acerca de él. Es posible que exista la intención de escapar del miedo, pero también de buscarlo como escape. Es decir, algo que en un primer momento puede parecer problemático, puede ser aquello que verdaderamente nos haga abandonar lo negativo que nos aporta.

Precisamente por las diversas interpretaciones del miedo,  tampoco para todos puede llegar a significar placer. Por ello, existen personas que no consumen ni disfrutan películas de miedo, pues no perciben la relación directa entre miedo y placer. 

Pero otras personas sí van en busca de él.  Y si el miedo les provoca placer, ¿es tan negativo como pensamos?. Pues siempre, al pensar en esa sensación, tendemos a imaginarlo como un terror perjudicial, una situación de peligro en la que buscamos la supervivencia, una emoción a evitar porque queremos estar a salvo. Si esto es así, ¿por qué nos expondríamos a él voluntariamente?

Si pensamos en el propósito de un pasaje del terror, ¿no es el miedo?. Y tal vez la reflexión a esta pregunta implica que, dentro de ese miedo, no existe peligro real, pues al fin y al cabo lo que se encuentra dentro de esa experiencia es falso y su único objetivo es asustar, sin llegar a provocar una situación de riesgo. Pero ¿los deportes de riesgo?

Y a raíz de ello, se pueden extraer más conclusiones. Puede que el miedo llegue a ser interpretado por parte de la sociedad como algo “adictivo”. Es decir, se busca algo tan fuerte como el miedo para llegar al placer, como si se tratase de una dependencia de la adrenalina que produce. Esto conlleva experimentar situaciones más fuertes de lo habitual, tal vez extremas, pero con un fin que se puede expresar de diferentes formas, bajo el que siempre subyace lo mismo: el miedo. 

Tras estas reflexiones, ya se encuentra más sustentada la tesis del miedo como placer, aunque pueda resultar algo polémico (y es normal, pues aparentemente son antónimos). Ahora que se ve la pluralidad de situaciones personales que hacen que algunas personas disfruten a través del miedo y otras no, se puede entender que exista una pluralidad de interpretaciones, pues es un suceso el que conlleva el otro.

Es más, ese miedo también puede conllevar aprendizaje, algo que veo más “general”, es decir, afecta tanto al que entiende la relación miedo-placer como al que la niega porque en su visión no es así. Al final, de él se extraen reflexiones, tal y como la que estoy escribiendo ahora mismo, lo que implica un aprendizaje. En el momento en el que conduce a realizar preguntas, a movernos para investigar por qué sucede todo esto, qué es lo que reside bajo el miedo (o sobre qué reside él), ya es un aprendizaje.

Con todo lo anterior, a modo de conclusión, se puede entender que el miedo sí puede llevar al placer. Que podemos buscarlo en vez de huir de él, como estamos acostumbrados a entender que debe ser. Porque ya es evidente que, entre sus diversas interpretaciones, se encuentran algunas que no son negativas. Cuando pensemos en el miedo y nos orientemos hacia el miedo a la muerte, miedo al fracaso, miedo al paso del tiempo…