“CRISIS, WHAT CRISIS”

Paco Grau - Profesor de Filosofia del IPEP.

(Nota bene: “κρίσις”: sustantivo del verbo griego “κρίνειν: “estado de cosas que necesita un cambio radical”, en una de sus acepciones).

 

 

“Algunos usan su cabeza como abrelatas,

confundiendo así sus pensamientos

con ideas extrañas”

(“Crisis, What Crisis”. Supertramp)

 

TESIS: El sistema educativo español o, mejor, la EDUCACIÓN en España hace tiempo ya que está en CRISIS. Y equiparo aquí “sistema educativo español” con “EDUCACIÓN en España”, porque ésta -la EDUCACIÓN, así en mayúsculas, en sentido grande, la “παιδεία” griega– hace mucho que se relegó en exclusividad al ámbito de los colegios, los institutos e, incluso, ¡“aydiós”!”, al de la mismísima Universidad; y poco, o muy poco, o nada, se cuece ya en las casas a este respecto. (Coda: “παιδεία”: “Acción planificada por el Estado/ “πόλις” (que no se confunda con “gobierno”) con las miras puestas en orientar/guiar al niño desde su estado original de ignorancia hasta el de un conocimiento que lo capacite para desarrollar un proyecto de vida buena”).

 

ANTÍTESIS: Hay quien piensa que no es para tanto; que no llega la sangre al río; que no deberíamos rasgarnos las vestiduras; que se trata, tan sólo, del sino de nuestro tiempo; del de todo tiempo, y que, por lo mismo, no hay de qué preocuparse; que las aguas volverán a calmarse. Argumentan éstos que ya Sócrates se quejaba amargamente de lo maleducada que estaba la juventud de su época. Y que Platón se preguntaba “Qué le está ocurriendo a nuestros jóvenes?”. Y Juvenal,  también. Y Quintiliano. Y Confucio. Y Aristóteles, quien dejó escrito que “Los jóvenes de hoy no tienen control y están siempre de mal humor; han perdido el respeto a los mayores, no saben lo que es la educación y carecen de toda moral”. En fin, que estamos ante una de estas cuestiones a las que  antropólogos como Donald E. Brown o Claude Levi-Strauss gustaban denominar “Universales Culturales”: patrones estructurales de comportamiento que podemos encontrar allí donde haya un grupo humano, por primitivo o complejo que sea, independientemente del espacio-tiempo histórico-s. Así, por ejemplo, la sanción del incesto (salvo excepciones muy contadas y antropológicamente justificables). Y/O una cierta tradición mitológico-religiosa. Y/O la asunción de según qué roles de sexo (que no de género). Y/O una determinada toma de posición ante el hecho biológico inescrutable de la muerte.

 

SÍNTESIS: Dejó escrito el antes mentado Platón, en su obra de vejez, Las Leyes, que: “Si con una buena educación y una naturaleza recta, el ser humano llega a ser de ordinario el más divino y el más dulce de los seres, cuando carece de una educación buena y bien orientada, se convierte en el ser más salvaje de todos los seres que produce la tierra”.

 

Y, en esta línea de moderación o equidistancia, me quisiera situar yo, procurando ser ecuánime y justo, evitando cualquier tentación de extremismo, aunque -he de confesarlo- aguantándome, y mucho, las ganas, porque me siento/soy juez y parte. Hablaré/escribiré de lo que sé por haberlo vivido durante más de treinta años de brega en esto de la docencia de la Filosofía (o algo así).

 

Lo repitió, como un mantra, Paul Ricoeur, en Tiempo y narración: que somos historia. Y también, hasta la saciedad, Ortega, en Historia como sistema: “Para comprender algo humano, personal o colectivo, es preciso contar una historia”. Y yo voy a contar un trocito de la mía como docente, para tratar de aportar alguna luz en relación con esta crisis de la EDUCACIÓN, en la España de nuestros días.

 

Cierro los ojos. Echo la vista atrás. Año 1964 (del Tiempo Nuevo): Vine al mundo, en La Isla de León. A cincuenta y nueve años vista. Año 1970: Seis añitos yo.  Aprendo las cuatro reglas; las tablas de multiplicar, cantándolas a coro con mis compañeros de clase; y, de memorieta, los ríos de España, las capitales del mundo, los nombres de las montañas más altas, el de los mares y los océanos, la tabla periódica de los elementos, de qué estructuras se componen las células, qué son los virus y cómo los diferenciamos de las bacterias; que España limita al norte con el mar Cantábrico y con los Montes Pirineos, que la separan de Francia, y al sur con el Estrecho de Gibraltar; algún que otro poema de Gil de Biedma (“Que la vida iba en serio…”); del Nobel de Moguer (“Y yo me iré / Y se quedarán los pájaros cantando. / Y se quedará mi huerto, con su verde árbol y con su pozo blanco”); de Federico García Lorca (“Eran las cinco en punto de la tarde…”); de Aleixandre (“…Se querían. Sabedlo”); de Miguel Hernández (“…al almendro de nata te requiero / que tenemos que hablar de muchas cosas / compañero del alma, compañero.”); y de Gabriel Celaya (“Como el aire que exigimos trece veces por minuto para ser…”). Aprendo a leer, silabeando, al principio; y, no mucho después, de verdad de la buena: leyendo el Robinson Crusoe, de Daniel Defoe. Y aprendo a juntar letras con cierta intención y sentido, con los dictados, con los cuadernos de caligrafía “Rubio del 12” y con el Senda, en el contexto de la última ley de educación franquista (“Ley General de Educación” (LGE)). Año 1975: Arias Navarro, “sinceramente” compungido y esforzándose por llorar, da por una televisión en blanco y negro la noticia de la muerte del dictador (“¡Españoles: Franco ha muerto!”); el tirano, el monstruo (otro de tantos), y yo, a puntito de terminar la EGB (“Educación General Básica”).  Año 1978: Se ratifica, en referéndum, la Constitución Española, dándose inicio así formalmente a nuestra moderna “democracia”. 1980: Dieciséis abriles yo/entonces. Y la UCD urde la primera ley de educación del periodo democrático. La llaman “Ley Orgánica Reguladora del Estatuto de Centros Docentes Escolares” (“Loece”); pero no entra en vigor porque el PSOE la recurre “por atentar contra derechos fundamentales”; y el Tribunal Constitucional avala el recurso. 23 de febrero de 1981: Golpe de estado, con disparos incluidos, del prenda/general Tejero, que, afortunadamente, fracasa. 1982: Triunfo en las urnas del PSOE. Indiscutible. Mayoría absoluta. 202 diputados. 1985: Veintiún añitos yo; ya, tres de universitario; y le toca el turno, a tenor de los resultados electorales, al Partido Socialista Obrero Español. Nueva Ley. Nuevo nombre: “Ley Orgánica Reguladora del Derecho a la Educación” (“LODE” -con muy mala rima). Y se implanta, a pesar de ser recurrida también. Año 1990: Otra más; y de nuevo el PSOE (donde dijeron “digo”, ahora dicen “Diego”, apenas cinco años después) renegando de su propia criatura. Y la llaman “Ley Orgánica General del Sistema Educativo” (“Logse”) y es justamente ésta la que abre, en mi opinión, la Caja de Pandora de Todos los Males que aquejan a nuestro sistema educativo actual: LA OBLIGATORIEDAD DE LA ESCOLARIZACIÓN HASTA LOS 16 AÑOS. Y soy consciente de lo políticamente incorrecto que resulta hoy defender esto. Pero es que estoy convencido de que, cuando los derechos, tan caros de conseguir, se convierten, alegre y acríticamente por ley o por costumbre, en deberes/obligaciones, mal vamos. Con- fundir (el guion no es baladí) derechos con obligaciones es propio de regímenes autocráticos y totalitarios. Y ahí lo dejo. Mantener en las aulas, a/por la fuerza, a jóvenes adolescentes que, ni de muy lejos, tienen la más remota intención de estudiar ni de esforzarse lo más mínimo, ha sido/fue el detonante de esta reacción en cadena que nos ha traído este sindiós en que nos encontramos hoy sumidos. Una patología maligna que se va extendiendo sin que se vislumbre solución posible alguna. Y tiemblo/temblad: porque se oyen voces ya (a modo de globo sonda, quiero suponer) proponiendo ampliar la edad de la escolarización obligatoria hasta los dieciocho. Tengo para mí que para enmascarar aún más, si cabe, el absentismo crónico y una vergonzante tasa de fracaso escolar, a duras penas disimulable; no hay de otra. Y poco a poco estos jóvenes desmotivados y anómicos han ido pasando de ser minoría a ser legión. Y así se ha consolidado un demencial criterio, anti-pedagógico a todas luces, consistente en igualar a todos los alumnos, a la baja. Y, en este orden de las cosas, la promoción de la excelencia y del mérito ya sólo son “desiderata”: propaganda inútil; clamor en el desierto: aire que se escapa por la boca. Puro humo. Y entretanto nosotros, los maestros, los profesores, dejándonos por el camino aquella “aurea auctoritas”, que -sostenían los clásicos – distingue a quienes “valen más por saber más” (“Magister”). Hoy, en cambio, se encumbra a quien “vale menos por estar al servicio de quien vale más”; esto es, al “Minister”. 1995: Otra vez el PSOE. Ahora “Lopeg” (“Ley Orgánica de Participación, Evaluación y Gobierno de los Centros Docentes”: totémica denominación, pero huera) que nos “mete” a la inspección en los centros y, con ella, ese interminable trajín de burocrático  “papeleo-va, papeleo-viene”, gratuito e inútil, sin rumbo, ni fin, ni sentido, más que el de apartarnos a nosotros, los docentes, de lo único que sabemos hacer bien, por profesión y, a veces también, por vocación: ENSEÑAR: ENSEÑAR A QUIEN NO SABE, PARA QUE SEPA; Y PARA QUE, SABIENDO MÁS, VIVA MEJOR. Y a fe que lo han conseguido. Todos los que nos dedicamos a esto y peinamos canas sabemos de lo que hablo. Suma y sigue. 2002: Turno ahora para el PP: “Ley Orgánica de Calidad de la Educación” (“LOCE”). 2006: De nuevo el PSOE: “Ley Orgánica de Educación” (“LOE”). Y, con ella, los itinerarios y, con ellos, más dispersión si cabe, más confusión, más desorientación, más carajal, para alumnos y profesores. Y ya van siete (leyes), como siete son las perfecciones del Buda y las bondades de las sopas de ajo. 2013: Otra vez el PP, con una ley muy polémica, incubada por el ministro Wert. “Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa” (“Lomce” o “Ley Wert”). Y siete años después (2020), otra vez el PSOE, ahora de la mano de la ministra Celaá, nueva ley: “Lomloe” o “Ley Celaá” (“Ley Orgánica de Modificación de la Ley Orgánica de Educación”. Y con ella estamos. Y vendrán otras, a no mucho tardar, que harán buenas las anteriores, y que, en coherencia, no podrán sino llamarse “Ley Orgánica de Modificación de la Ley Orgánica de Modificación  de la Ley Orgánica de Educación”  (“Lomlomloe”), en virtud de un eterno y grácil bucle. Y aquí me tienen, a mis cincuenta y muchos, después de más de treinta años de docencia, con nueve leyes de (des)-educación a mis espaldas. Dato este en sí mismo indicativo de lo mal que soplan los vientos en esta travesía oceánica hacia el abismo.

 

En el año 1807, Georg Wilhelm Friedrich Hegel publica la Fenomenología del Espíritu, donde podemos leer que “TODO ES RESULTADO”. De Hegel no entiendo casi nada; lo confieso sin apuro ni vergüenza. Pero esto de que “todo es resultado” lo tengo cristalino. Y a los resultados me remito, porque dan coces y gritan verdades como puños. A los del último “Informe PISA”, publicados el 3 de diciembre de 2023 (antier, como quien dice). La conclusión de dicho informe, en relación a la calidad de nuestro sistema educativo, la resume perfectamente “El Periódico con una palabra: “DESCALABRO”. Resultados tristes, muy tristes, pero incuestionables; tanto que no hay discrepancia posible en los titulares, importando nada la orientación ideológica de los distintos editoriales: “España obtiene su peor resultado” (“El País”). “Los alumnos españoles caen en todas las áreas del informe PISA y logran los peores resultados de la historia en ciencias y en matemáticas” (“El Mundo”). “Informe PISA: España obtiene su peor resultado en matemáticas; empeora en lectura y mejora en ciencias” (“El Confidencial”). “Debacle en PISA: los alumnos españoles de 15 años pierden más de medio curso en matemáticas, lengua y ciencias en diez años” (“ABC”). “España cosecha sus peores resultados en 20 años” (“Intersindical de la Enseñanza”). Lo dicho: hechos/resultados. Interpretables, sí; pero indiscutibles también.

 

¿Qué está pasando y POR QUÉ? Sin duda, este problema se ha ido cronificando con el paso de los años y su etiología es, de tan compleja, inabarcable. Tantísimo bandazo legislativo, tendenciosa e ideológicamente planificado, en tan poco tiempo, no es para tomárselo a risa ni a la ligera. La siempre odiosa comparación con los magníficos resultados PISA obtenidos por China, Singapur, Estonia, Canadá, Japón y, más específicamente, por Finlandia nos pone ante un espejo que nos devuelve una imagen cómica y grotesca. En concreto, este pequeño país escandinavo (Finlandia) se rige, desde 1968, prácticamente por la misma legislación educativa, consensuada por los distintos gobiernos y por sus respectivas oposiciones, a sabiendas de que se trata de un auténtico asunto de Estado y de que, con estas cosas (del comer), no se juega. Hay, pues, qué duda cabe, una responsabilidad política detrás de todo esto. Y, en este orden de las cosas, nuestros legisladores dejan muchísimo que desear. No parecen tener ni pajolera idea (o tal vez sí y, quizás, esto sería aún más preocupante) de cuál es la meta, el objetivo, el fin de un proyecto educativo de largo alcance; ni de las desastrosas CONSECUENCIAS de tomárselo a pitorreo; y, por lo tanto, andamos a la deriva, como pollo sin cabeza. Y, de resultas, generaciones y generaciones ya de jóvenes condenados a una anomia estéril y a un gélido desamparo moral, intelectual, académico y profesional. Generaciones de jóvenes que, a duras penas, leen; que, si leen, no comprenden lo leído; y que tienen serias dificultades para comunicarse verbalmente y por escrito con una mínima solvencia. Jóvenes (y ya no tanto) a los que se les angosta muchísimo su futuro laboral, por inepcia y falta de unos mínimos innegociables. Y soy consciente de que generalizo porque, en efecto, se trata de algo generalizado y, por lo tanto, generalizable. Yo así lo veo. Se dan, por supuesto, honrosísimas excepciones; pero no son sino eso: casos aislados que, como las golondrinas, no hacen verano. Generalizo, insisto, sí, pero no hago sino descripción de lo que hay, desde este promontorio privilegiado que me brindan las poquísimas tarimas que quedan ya en los centros educativos y que sirvieron antaño para distinguir a quienes tenían algo que enseñar de quienes tenían/querían algo que aprender.

 

Los políticos-legisladores españoles, que deberían gestionar el Bien Común más preciado (LA EDUCACIÓN, sobre la que se tiene que construir necesariamente cualquier sociedad democrática moderna) han hecho, como queda dicho, dejación de su responsabilidad, sin ningún coste político aparente y a un precio social muy alto. Pero tampoco nos cebemos con ellos; no podemos reprocharles demasiado; al fin y al cabo son hijos bastardos de Hobbes y Maquiavelo y no hacen sino lo que está en su naturaleza hacer (como en la del escorpión está picar a las ranitas): conseguir el poder y mantenerse/medrar en él A COSTA DE LO QUE SEA. Insisto: A COSTA DE LO QUE SEA. Y desde Platón sabemos que la mejor manera de conseguir esto es desactivando de raíz la verdadera educación, la auténtica y fetén (“παιδεία); y, a día de hoy, controlando sistemáticamente desde el poder establecido los medios de comunicación. El resultado -lo saben; lo sabemos– está garantizado: perpetuación del estado de las cosas. Y además, se trata de un tópico axiomático pero casi tautológico de tan verdadero: que la clase política es reflejo fiel de quienes, con sus votos, la legitiman para ejercer el poder. Y no creo equivocarme al sostener que estas dos pulsiones (emporcar la educación – a medio y largo plazo – y controlar los medios de comunicación -a corto plazo) han terminado convirtiéndose en señas de identidad de cualesquiera gobiernos de nuestra reciente “democracia”. Insisto otra vez: “de cualesquiera gobiernos”; importando nada su orientación ideológica.

 

Y, porque todos (no sólo yo) somos jueces y parte, somos también TODOS CULPABLES/AUTO-RESPONSABLES. Lo dejó escrito Albert Camus, en La caída. Como queda dicho, los políticos/legisladores-de-medio-pelo, sí lo son (culpables/responsables). Pero también, cómo no, la sociedad en su conjunto, por eso de que, para educar a un niño, se necesita el compromiso de que arrime el hombro la tribu entera. La sociedad española está a lo suyo; confiada -de buena voluntad, quiero suponer – en que, en los colegios y en los institutos, se obra el milagro de LA EDUCACIÓN, como por arte de magia o de birlibirloque; así, sin más. Y responsable/culpable también una interpretación fraudulenta, tendenciosa y castradora de la pedagogía más lerda, presuntamente moderna y pseudoprogresista, que, para ser justos, no tiene marchamo “Made in Spain”, sino que nos ha venido del norte de Europa, como los vientos Aquilones, para helarnos la sangre. Lo tematiza magistralmente la profesora sueca, ex-asesora del Ministerio de Educación de Suecia y del Parlamento Europeo en cuestiones de educación, Inger Enkvist, en su libro (de obligada lectura) La buena y la mala educación. Y culpables también los jóvenes, por supuesto, por descontado, por abdicar alegremente de su parte alícuota de AUTO-responsabilidad en lo que a su formación integral se refiere. Ellos heredarán la tierra; y recogerán los frutos de lo que estamos sembrando. Y culpables/responsables (y mucho, aunque cada vez menos) nosotros, los docentes. Por rehuir la pelea. Por humillar y doblar “la frente impotentemente mansa”. Por acomodarnos. Por adocenarnos y estar a por uvas y a verlas venir, mientras contemplamos impertérritos cómo todo el edificio colapsa. Por someternos sin chistar a lo que nos viene impuesto desde ese Ministerio de La Verdad orwelliano, en forma de ley, de norma, de orden. Por renunciar a nuestros principios y a nuestras convicciones, dejándonos sobornar (¿recordáis (haced memoria) aquel famoso-vergonzoso “Plan de Calidad” que quisieron metérnoslo doblado y que, a medias y/o a enteras, consiguieron?). ¡Cuantísima razón tiene Eric Fromm al sostener que, cuando alguien se olvida de disentir, de protestar, de desobedecer, termina por olvidarse también de que está obedeciendo!. “¡Oh tempora, oh mores!”. ¡¿Dónde estarán encovados los sindicatos del cobre del carbón y del salitre a los que Neruda legó su casa junto al mar de Isla Negra?!

 

Y aquí estamos; cincuenta y nueve años después. Y así nos va. En la postmodernidad des-educativa. En la educación débil, “light”; en la DES-EDUCACIÓN LÍQUIDA (por tomarle prestado el término al profesor Bauman) Y lo pagaremos caro. De hecho, lo estamos pagando ya. Así las cosas no se puede permanecer mucho tiempo en lo que hemos dado en llamar “El Primer Mundo” o “Mundo Civilizado”. Y yo, como profesor (viejo y pellejo y, tal vez, diablo también) me di cuenta hace años ya; cuando estos legisladores de pacotilla se plantearon seriamente ir eliminando de a poquitos según qué materias de los “curricula”: el Latín, por ejemplo. El Griego. La Filosofía…(¡Diosanto!). “De iure”, no ha sucedido aún, pero, “de facto”, la realidad es bien otra. Y bastará con que traspasemos esa sutilísima línea (y estamos en ello) para ingresar de pleno derecho en el tercer mundo educativo. Y a ver entonces cómo se sale de ahí. Porque somos muy buenos (los mejores, sin duda) creando problemas y cebándolos para luego, cuando ya no hay tutía, quererlos solucionar. No nos engañemos: un país en el que sus jóvenes no tienen unos mínimos conocimientos de Latín, de Griego, de Filosofía, de Historia, de Lengua, de lenguas, de ciencias (por supuesto) es un país fracasado. Un país que no educa a sus jóvenes para que aprendan a distinguir lo que verdaderamente vale de la basura moral es “una pasión inútil”.

 

¿Me pedís soluciones? -por usar la fórmula de Nietzsche. Mal lo veo. ¡¿Soluciones?! Poquitas. Y no; sé que lo parezco, pero no soy de natural pesimista, sino, más bien, todo lo contrario. Tirando de muchísima y buena voluntad, tendríamos que reivindicar de nuevo una cierta revolución que posibilite un “Giro Copernicano” en el estado de las cosas tal y como, quedó dicho, indica la etimología de la palabra “crisis”. Where is the Revolution?” – se preguntaban, allá por los ochenta, los “Depeche Mode” – “Come on, people; you´re letting me down” (“¿Dónde está la revolución? ¡Vamos, gente; me estáis decepcionando!”. Y la revolución, no se crean, estando las cosas como están y viniendo de donde venimos, tal vez consista en resetear todo el sistema y resetearnos a nosotros mismos para volver al punto de partida. Sí, al punto de partida, porque quienes tenemos ya, por veteranía, una cierta perspectiva de las cosas, sabemos que, a veces, el futuro está en el pasado. Así lo atestigua también “El camino del guerrero” (“Bushido”). Empezar de cero. Sin miedos. Volver a los dictados a mano, con lápiz y papel; a “bichear” en los diccionarios en busca de esa magia oculta que atesoran las palabras; a practicar las cuatro reglas; a cantar las cuentas; a juntar letras con intención; a memorizar poemas (de Alberti, de Miguel Hernández (con quien tanto quiero), de Neruda, de Valente y Goytisolo -José Agustín -); nombres de ríos, mares y capitales del mundo. Volver a defender LA LECTURA “como un estandarte”. Recuperarla, sí. Reivindicarla, como agüita de mayo. Promocionarla, como  alimento innegociable, para nutrir las cabezas de los jóvenes con substancia de calidad y no con basura ni porquería ideológicamente procesada. Leer a Defoe, a Dickens o a quien nos pida el cuerpo. Sí, llamadme “carca”, “reaccionario” y “ultramontano”. Digo lo que pienso; en lo que creo. A veces, dicho queda e insisto, para progresar (aunque vaya usted a saber qué signifique exactamente esto), haya que descender a los infiernos, mal que nos pese.

 

El espacio ya no me da para más; no obstante, no quisiera concluir sin dejar planteadas un par de preguntas para la reflexión: 1ª. Es un hecho que este “statu quo” está propiciando que generaciones y generaciones de jóvenes se vean crónicamente afectadas por un analfabetismo funcional o estructural irremediable a corto y/o medio plazo. Porque una generación fracasada no tiene fácil solución. Y de ella nacerán generaciones futuras, que portarán en su ADN los genes dominantes de tantísimo caos. ¿Podemos permitírnoslo? Y, si sí, ¿a qué precio? Y 2ª. ¿Qué futuro tiene por delante una sociedad, la nuestra, en la que cada vez hay más jóvenes que NI trabajan (porque el mercado laboral está que da pura/puta pena y no se vislumbra nada bueno por venir), NI estudian, NI les importa “tantito”? Y este tercer “NI”, en pleno siglo veintiuno, sí que me parece un síntoma preocupante que tener en consideración, porque de ese pasotismo, de esa abulia existencial casi nunca se sale con bien.

 

Yo termino ya mi artículo al tiempo que termino ya también mi vida laboral/profesional. He hecho lo que he podido. Quiero pensar que lo he hecho razonablemente bien o, al menos, decentemente. Os toca ahora a vosotros, los jóvenes que os incorporáis a la docencia y que tenéis fuerzas y futuro por delante, pelear por esa revolución que nos saque de esta crisis.

 

Lo dicho (cerrando el círculo): “Algunos usan su cabeza como abrelatas, confundiendo así sus pensamientos con ideas extrañas” (“Crisis, What Crisis”. Supertramp) (“Quod Erat Demonstrandum”)

 

Paco Grau.

 

Alumno (siempre). Profesor (a ratitos y muy venido a menos).