Mara Suárez Ferrer
A lo largo de la historia, el miedo ha encontrado su lugar en el desconocimiento. En general las personas temen a la muerte, a los cambios, al que pasaría sí, al fracaso, a la oscuridad… A nadie le perturba el hecho de irse a dormir, pues aunque en esas horas que parecen instantes perdemos el control de la situación sumergiéndonos en contextos fuera de nuestra estructurada vida sin saber explicar por qué, sabemos que despertaremos.
Pero, ¿qué pasa con aquello que si conocemos? En ocasiones el miedo puede ser infundado por un conocimiento previo. El video adjuntado al artículo nos muestra un segmento del documental “Como cazar a un monstruo” donde aparece un señor mayor simpatico contando un chiste un poco subido de tono, que podrias escuchar en cualquier bar, mientras conduce. En él lo más relevante es que sin dar detalles ni mostrar imágenes implícitas logra crear un clima de miedo y repugnancia, pues aunque te muestre la vida cotidiana de un anciano que va a la iglesia, a la farmacia, a comprar el pan y que a priori resulta carismático, el hecho de saber su condición de pederasta nos hace estremecernos al ver simplemente como pasea por las calles de su pueblo. El miedo es algo curioso, pues con unas pinceladas de información podemos pasar de ver normal que un hombre imparta clases particulares por teléfono a unos chicos a ponernos en la situación de las víctimas que ven libre cada día a su agresor o de los padres de esos chicos tras publicarse el documental.
Lo que más me llama la atención con referencia al miedo, ya sea a lo conocido o lo desconocido, es su consumición. Muchas personas, entre las que me incluyo, disfrutan viendo este tipo de documentales, películas de terror, postapocalipticas, de conflictos bélicos… Es decir, nos dan miedo ciertas cosas pero queremos vivir esa experiencia desde un segundo plano con el fin de disfrutar de su componente biológico. En situaciones de riesgo el organismo libera adrenalina y se pone alerta con el fin de solventar la situacion. Es el caso de cuando nos montamos en una montaña rusa, el hecho de poner nuestra vida en un peligro controlado nos excita mientras que si estamos en el coche y se averian los frenos la situación aunque simil nos provoca una reacción totalmente diferente.
Por todo esto podemos señalar que verdaderamente lo que nos da miedo no son hechos puntuales en sí, es decir, no nos da miedo la oscuridad, la muerte, el asesino o el pederasta nos dan miedo las consecuencias de estos y cómo pueden afectarnos. Es en ese punto donde se fusionan lo conocido y lo desconocido, pues de repente una situación que nos provocaba un cierto temor controlado, como puede ser ver dicho documenta,l se mezcla con algún comportamiento extraño de una persona cercana y empezamos a desconocer sus actos despertando nuestras sospechas. En ese limbo entre lo conocido y lo desconocido es donde se alberga el miedo real, en el que se empieza a desconfiar de nuestras propias percepciones y vernos en un abismo que podemos conocer pero cuyos siguientes pasos son desconocidos. Lo sorprendente es que es después de la tormenta cuando el sol brilla más, es decir, una vez superado ese punto de fusión cuando empezamos a poder descifrar el enclave y lo superamos cuando respiramos con más tranquilidad, pues aunque hayamos pasado un mal rato, día o semanas sabemos y tenemos la esperanza de que todo va a ir mejor. Es al fin y al cabo el miedo lo que nos hace percatarnos de los placeres de nuestras vidas ya que el pensar que estos se desvanezcan por culpa de un acontecimiento nos hace valorar en desmesura nuestra situación actual.
