José Antonio Tejero Lanzarote -
Juan Carlos Busutil – Ornitología
El pasado viernes de Dolores se acabó la tiza en la mano y las sapiencias al ágora de la clase. Esa tiza que acompañó al profesor lúcido e impertérrito queda colocada en el quicio de la pizarra, solitaria y huérfana. Juan Carlos Benigno Busutil no se jubila, ni mucho menos, ningún honorable maestro lo hace con definición conceptual, podemos decir bien y pronto, con aquella expresión popular,
que se corta la coleta, que se baja en la vaguada docente, que ya no lo veremos por los pasillos del IES Pintor Juan Lara, y que sus alumnos, sus aulas de chavales que prestan oído con admiración en el Bachillerato, ya no escucharán su diatribas enérgicas, que no dogmáticas, contra el Arte Contemporáneo actual, que humilla la cerviz frente al peculio y la fastuosidad, y que se olvida de lo que tiene de acto de confesión, de amor y sacrificio, citando al cineasta Andrei Tarkovsky. Amor y sacrificio, los mismos ingredientes que se deben utilizar para dar clases con pureza en el corazón.
Confieso que he cultivado en estas dos décadas una gran amistad con Juan Carlos Busutil, una conexión de admiración mutua que se mantiene sin veladuras. El tiempo que proyecté mis energías y conocimientos en la gestión cultural, tuve la suerte de comisariar varias exposiciones y muestras de su excelente trabajo como pintor, tanto en la extinta Sala CAI como en la galería Artífice, con gran éxito de público y crítica (Ornitología, 9307, Palitos Recientes, Interiores). Por aquellos años, hace ya más de una década, escribí algunos textos voluntariosos para este periódico que al releerlos me siguen pareciendo acertados. En esas reflexiones hacía hincapié que al contemplar la pintura de Juan Carlos uno tiene la sensación de pasear por una hojarasca, una obra plástica de luz y trazo místico jalonada por el espíritu Zen, ya sean sus palitos o sus zaguanes, sus paisajes de horizontes ad infinitum o sus bodegones más figurativos. Como creador que duda cabe, ha conseguido su propio estilo; “claros, oscuros y espacio. Mi pintura es solo eso, pintura”, repite como salmodia cada vez que puede. Tras tantos años de docencia tampoco le han faltado esos pupilos que le ha seguido como polillas bordoneando frente a la bombilla y que lo han copiado sin fingimientos aparentes. Pero un Busutil, es un Busutil. Sé de lo que hablo sin ataduras y temeridad alguna, ya que convivo a diario con varios de ellos.
Y si antes la actividad pedagógica y la de la creación artística estaban administradas a partes iguales en el día a día, a partir de hoy ya solo toca crear y creer frente al lienzo de arpillera y el bastidor o en la suave superficie blanca del papel Canson. Conversar abiertamente sobre Ramón Gaya y sus cuitas existencialistas y tener presente la frase de Federico Fellini “soy un artesano
que no tiene nada que decir, pero sabe cómo decirlo”, a través de una piel fina cuasi transparente, sensible y creadora, con la que ha sabido trasmitir sus saberes y pintar climas mágicos y fragmentos de una vida apasionada; la del arte mayestático.