Y Parchís le cantó a Lou Reed. Una tragicomedia.

Antonio Ruiz Zamora - Profesor de Filosofía de Secundaria

Para Emilio Flor, humanista latino y director.

 

INTRODUCTIOSi consultamos brevemente en el i-pad las 680 páginas que integran el libro Vida y opiniones de los filósofos más ilustres de Diógenes Laercio, donde se describe de forma exhaustiva (y apócrifa) las maneras de vivir y de pensar de los filósofos anteriores al siglo III, nos encontramos con un drama que intuíamos: la palabra risa tan solo aparece en dos ocasiones. Pitágoras, en consonancia con la mesura moral que se imponía en el mundo griego para acercase a la virtud-nada en demasía-, señala que el carácter de un ser humano debe ser educado “en el pudor y circunspección o reverencia, no estando siempre derramado en risa, o cubierto de tristeza”. Según esto, debemos entender que la carcajada era sospechosa en la secta de los matemáticos por su desproporción; la mística numérica tan solo conduce al silencio, y el silencio es la cristalización práctica del ensimismamiento del filósofo. Por su parte, como se ha señalado en otro lugar, Crisipo pereció de una congestión por un ataque de risa al ver como un asno daba tumbos después de haber ingerido más cantidad de vino de la que puede soportar un equino. Nada se dice en estas líneas de lo que le aconteció finalmente al pobre animal, cuestión que dejamos abierta para una futura investigación de algún colectivo animalista perteneciente a alguna de las universidades de filosofía de nuestro país. Todo se andará…

Se suele retratar a Demócrito como filósofo risueño, presto al buen humor y a un cierto entusiasmo ante las averías cotidianas, pero, sin embargo, si regresamos a Diógenes Laercio, solo refiere unos confusos versos que retratarían el carácter del pensador materialista: “cual Demócrito sabio/autor del bello estilo y docta frase/ y sobre todo de hablar festivo”. Como sabemos, Platón no lo cita en ninguno de sus diálogos, la solemnidad que aportan las ideas y el protagonismo que le concede a la educación de los niños, hacía aconsejable que ciertas actitudes vitales se censurasen en la convivencia pública. Así, ser tentados por algunas de las máximas del atomismo moral, tan solo podía conducir al abandono y al cierre de la Academia. Para jóvenes vitalmente hormonados resultaba peligroso escuchar, por ejemplo, que ”una vida sin fiestas es como un largo camino sin posadas”. Interesante venganza histórica por parte de materialistas ebrios en caso de haberse producido: destruir dionisiacamente el templo platónico como hubiera deseado el mismo Nietzsche. En cualquier caso, Demócrito permaneció festivamente en este mundo (de los infinitos posibles según él), 109 años, lo que no deja de ser buena noticia para terapeutas posmodernos que mantienen que la risa puede alargar los tormentos de la existencia humana (curiosa paradoja de la realidad humana).

Ciertamente, la pléyade de filósofos con una concepción angustiada de la existencia es más numerosa. Básicamente, el argumento apodíctico- tan cierto como que estamos vivos- es que los humanos se mueren, y además lo saben (deje de leer ipso facto el lector aprensivo u olvidadizo). Heráclito, por ejemplo, era un llorón; absorto en una melancolía esencial, tuvo la feliz ocurrencia, después de fracasar en sus dialécticas mundanas, de retirarse a las afueras de Éfeso para morir de hidropesía. Desconocemos si sus aliviados conciudadanos lo celebraron escanciando abundante vino ante la ausencia definitiva de tan plomizo personaje. El carácter del filósofo comenzaba, de esta manera, a despuntar y a adquirir los contornos en la figura del eremita desértico y atormentado. Prolongándonos en el tiempo, aún se pueden distinguir solitarios y cabizbajos en algunas tascas rumiando las pesadumbres de la existencia. Por nuestra parte, aconsejamos un prudente y práctico distanciamiento, este estilo de pensamiento no da para una ronda.

Andando el tiempo, Platón, más sistemático, logró trasladar con talento literario el drama de la “preparatio mortis” de su maestro Sócrates que, creemos, sintetiza las dos posibles maneras de pensar la risa: por un lado, en sus escritos siempre se nos aparece como burla y desprecio del populacho ante los brillantes y profundos discursos del pensador (Belén Esteban en Atenas). En el diálogo Teeteto (174 b), la posición queda claramente establecida: “Así es nuestro filósofo en las relaciones públicas y privadas que mantiene con sus semejantes. Cuando se ve forzado a discutir ante un tribunal o en alguna otra parte sobre lo que tiene a sus pies o delante de sus ojos, provoca la risa no sólo de las sirvientes tracias (1), sino del resto de la gente. Su terrible torpeza le hace pasar por un imbécil. Cuando las gentes se alaban a sí mismo y se vanaglorian, no se ríe disimuladamente, sino de buen grado, con lo cual se le toma por loco”. Y por otro, aparece ya retratada de manera explícita la ironía, la única posición que le queda éste para delimitar la estupidez del ser humano, invirtiendo los términos del discurso en una graciosa diversión de la inteligencia ante las torpezas cognitivas del otro. Así, Sócrates-al que se considera la cristalización más pura de esta técnica-, esperando sereno la toma de la cicuta para cumplir la pena de muerte a la que había sido condenado, ante los llantos y desesperos de su mujer Xantipa que clamaba quejumbrosa sobre la inutilidad de morir con injusticia, le cuestionó: “¿Es que acaso preferirías que me mataran con justicia?”. Es lo que tiene la intimidad de los matrimonios… 

La estela, pues, está transparentemente marcada. El filósofo visita banquetes y fiestas para embriagarse ante los contornos del concepto, no del vino. Schopenhauer, en la soledad de sus almuerzos, no dejaba de ser un observador puntilloso de la ridiculez de los asuntos humanos. Su irónica misantropía solo era soportable por un desplazamiento afectuoso hacia los perros, donde creía encontrar una sustancia universal: “Al igual que el ser humano tiene el privilegio de la risa también el perro posee antes que ningún otro animal algo propio y característico de él; el movimiento de la cola tan expresivo, benévolo y sincero. Esta forma de saludar que le ha sido concedida por la naturaleza resulta muy beneficiosa si se le contrasta con la reverencia y la sonrisa grimosa de la amabilidad del ser humano”. Tesis esta que será negada por Bergson en su ensayo sobre la cuestión, y que compartimos: la risa solo es competencia humana. Tal como señala el filósofo francés, “la comedia no existe fuera de los límites de los estrictamente humano”. Distanciados de la emoción originaria del momento (“experiencia fundamental” que diría algún escolástico fenomenólogo), se lograría “anestesiar el corazón” surgiendo de lleno la risotada. Ciertamente, Platero podía ser peludo, pequeño, suave, y sin duda, enternecedor, pero borracho por las calles de Moguer, tan solo provocaría la hilaridad de los vecinos del pueblo, como nos anticipó Crisipo.

En El sentimiento trágico de la vida, Miguel de Unamuno, haciendo una reflexión sobre don Quijote, nos hace ver que la tragedia caballeresca del personaje, viene dada, esencialmente, por haber luchado contra molinos de viento:” ¿Por qué peleó don Quijote?: Por Dulcinea, por vivir, por sobrevivir (…); Y lo más grande de él fue haber sido burlado y vencido, porque siendo vencido es como vencía; dominaba al mundo dándole que reír de él”. La vida, según esto, adquiere una dimensión trágicamente sincera. Los seres humanos, como actores griegos, nos movemos en un embate sustancial repleto de adversidades y oleajes agotadores. En el trasiego de las máscaras que recorren la geografía humana, la risa no deja de ser una graciosa suspensión ante el absurdo de la existencia y el vacío al que aboca toda voluntad. Más que animales racionales o políticos, somo animales ridículos…
¿No oís la risa de Dios?

2. PRACTICUM. (Breve comentario de texto)  

(Las cinco fichas de Parchís cantando en armonía universal)
Somos cinco amigos de verdad, llenos de esperanza, amor y paz
Con el corazón lleno de ilusión, vamos por el mundo este con este cantar
Somos cinco amigos de verdad con una canción para soñar
siempre cara a Dios y lejos del dolor.
 

1 – Sabemos ya al día de hoy (con certeza científica, si cabe) que Parchís marcó el territorio cognitivo de los pedagogos de los 80. De las facultades de Ciencias de la Educación ya no salían marxistas para “transformar el mundo”, sino místicos risueños que iban aprendiendo torpemente, según la moda de turno, algunas técnicas orientalistas que pretendían bucear en las interioridades esenciales del corazón. Se trataba metodológicamente (si este término es aplicable en estas confusas concepciones) de contemplar las gracias del alma y danzar al son de ellas, obviando las realidades materiales y las problemáticas que conllevan. Marx, con carácter atronador, no se reía de los sentimentales, sencillamente los despreciaba. Charles Dickens, por la misma época, pero de manera literaria, percibía las mismas anomalías y paradojas históricas: los niños estaban jodidos y tiznados de carbón. Al comienzo de “Tiempos difíciles” lo planteaba con transparencia británica: “Lo que yo quiero son hechos. Educad a esos niños y a esas niñas a base de hechos prácticos. Sembrad solo hechos y arrancad lo demás. Únicamente apoyándose en los hechos matemáticos, pueden formarse las mentes animales racionales; cualquier otro procedimiento será completamente inútil. ¡Ateneos a las realidades, caballero!”. Por lo que se ve, el año 1854, fecha de la publicación del libro, fue al menos afortunado en un sentido: El mindfulness no había hecho acto de presencia y el budismo aún quedaba lejano; Atenas estaba más cerca que la India, y el sentido de la vida se encontraba a través de la ciencia y el pensamiento.

 

 “Queremos a don Matías, por ser un gran profesor,
No entiende de finanzas, más tiene buen corazón
Pero él con mucha vista, intenta enseñar jugando
Y ha logrado de nosotros, que le estemos respetando
¡Don Matías, ra,ra,ra!
¡Don Matías, ra,ra,ra!

 

Pues eso

2 – En las ensoñaciones del paseante solitario, Rousseau, gurú pedagógico de la posmodernidad se retractaba, a nuestro juicio, de otros textos escritos por él: “Yo estaba hecho para ser el mejor amigo que jamás hubiera existido, pero aquel que debía corresponderme está todavía por venir: es demasiado tarde para ser feliz”.  Es lo que tiene tanta bondad del corazón en estos personajes, que buscan la risa empática para terminar convertidos en una oscura conciencia infeliz. Un empático, en el fondo, no deja de ser un narcisista que quiere reflejarse en cuerpo ajeno…

Lou Reed, al contrario de las fichas cantarinas, reía poco; quizá un leve rictus en algún espectáculo para satisfacer a la platea. Por lo general, vestía de negro y llevaba gafas de sol (una caricatura imitada y fácilmente reconocible hoy día), y es bastante probable que hubiera leído Las flores del mal de Baudelaire: Yo soy de mi corazón el vampiro/Uno de esos grandes abandonados/A la risa eterna condenado/ ¡Y que no pueden ya más sonreír!  Sus letras se mueven en el realismo sucio de las calles que dan para pocos chistes y sí mucho de crítica literaria y musical. Las cosas son como son, hermano, y dejar la mente en blanco o visualizar parajes bellos y solitarios no ayudan mucho cuando unos padres te zurran o los amigos te traicionan porque hay que sobrevivir en barrios inhóspitos donde la ignorancia pinta las paredes. La propuesta que nos ofrece el filósofo newyorkino, como sabemos,  es dar un paseo por el lado oscuro de la existencia. Hay mundos, desgraciadamente, donde las risas enlatadas no están permitidas.

Pedro vive fuera del hotel Wilshire,
Él mira por una ventana sin vidrio,
Su padre le golpea porque está demasiado
cansado para suplicar
Él tiene nueve hermanos y hermanas
Ellos son criados de rodillas
Es difícil correr cuando un perchero
Te golpea los muslos
Pedro sueña con ser mayor y matar al viejo (…)

 

Pues eso.

Bye

(1).Platón se refiere a la caída de Tales de Mileto en una zanja cuando contemplaba los movimientos de los cuerpos celestes. Parece ser que una sirvienta, riéndose, se dirigió a él comentando lo siguiente: “Por querer mirar las cosas de arriba, no ves lo que tienes a tus pies”. Es el destino que acompaña al filósofo desde entonces…A los idealistas, por lo menos.