Humor y filosofía en las greguerías de Ramón Gómez de la Serna

Inmaculada Murcia Serrano - Profesora Titular de Estética. Grado de Filosofía de la Universidad de Sevilla

  1.  Antes que buscar una palabra en el diccionario, es preferible inventar otra

La greguería, “género” que inventó el escritor español, Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), es una de las creaciones artísticas que mejor expresa el espíritu jovial de los felices años veinte, un hálito lúdico y creadoramente nietzscheano que abona las actitudes inconformistas y la iniciativa y poder de la imaginación, que tanto se enfatiza en el momento de efervescencia de la vanguardia literaria española. Quizás por eso ha sido tan asiduo relacionar este microgénero con lo que Ortega denominó “deshumanización”, y que resumía, en sus escritos de los años veinte, el carácter de buena parte del entonces llamado “arte nuevo”. (1)

En esta breve aproximación a un género literario especialmente breve, nos interesa poner de manifiesto la estrecha relación que se aprecia en muchas greguerías entre pensamiento filosófico y humor. La filosofía no tiene por qué ser necesariamente seria. Son muchas veces el ingenio cómico y la mirada desenfadada las que mejor nos expresan cómo es el mundo que nos rodea. Ramón Gómez de la Serna fue un maestro en hacer ver de otra manera lo que todos veían de forma similar, y su modo de mostrárnoslo se volcó sobre una forma literaria de carácter transitorio, donde el humor resultaba indispensable. No sólo el humor. Ramón se inventó hasta una fórmula matemática en la que condensaba la ley greguerística recién nacida, con lo que, rizando el rizo, revertía sobre sí mismo la burla con que se solía asomarse al mundo en derredor. He aquí su mágica expresión:

Brevedad + Metáfora + Humor = Greguería.

          2. Las metáforas acuden a los terrones, y si el terrón está mojado en ron, mejor que mejor

Uno de los ingredientes de la greguería es la metáfora, señalada por el propio Ramón Gómez de la Serna como elemento esencial en su construcción, ya que constituye un instrumento perfecto para trasladar el sentido original a otro figurado en virtud de una comparación tácita, aunque siempre imprevista. Se aprecian aquí claras confluencias entre lo que Ramón dice de la metáfora y lo que teorizará igualmente Ortega en otro famoso texto, el Ensayo de estética a manera de prólogo (2), una joya filosófica que nunca está demás repasar. Según se afirma en este trabajo, la metáfora persigue la liberación de la imagen real de un objeto para hallar otro con el que compararlo, y el resultado es por eso el aniquilamiento de cada uno de los términos de la relación en la forma de sus respectivas imágenes y significados reales. Al poner en relación los dos términos comparados, la metáfora opera una quiebra de sus rígidos caparazones, y la materia interna y ya “fundida” que deja de ellos en sustitución “adquiere una blandura de plasma, apta para recibir una nueva forma y estructura”. Esto es justo lo que Ramón consigue hacer cuando somete a ironía y hasta a extrañamiento los significados convencionales de las cosas, provocando en su transformación a través de la metáfora respuestas que incitan a reír. Leamos algunos ejemplos:

  El ladrido es una risa del revés: bonita e inútil reflexión, que, sin embargo, parece arrojar una extraña luz sobre la incomprensibilidad de un sonido tan familiar e inverosímil al mismo tiempo -el ladrido de un perro-. 

El gaitero toca con la laringe y los pulmones fuera. Una imagen de este surrealista instrumento musical ciertamente gore, que, sin embargo, tiene algo de real, aunque quizás nunca tuvimos la agudeza de planteárnoslo. 

El desierto es la patria de los puntos suspensivos. ¿Se puede explicar mejor el uso de este signo de puntuación?

Vaho en el espejo: beso del más allá. De las pocas greguerías en que la metáfora sacrifica el humor por la poesía. 

Lo que en todos estos ejemplos se compara en primer término, el ladrido, la gaita, el desierto o el vaho, deja de ser, en la apariencia literaria, como suele, porque es sometido a una comparación metafórica que lo reblandece y le permite adquirir los ropajes de cosas distintas -el segundo término de la comparación: risa del revés, laringe y pulmones fuera, patria de los puntos suspensivos, beso del más allá. Al unir aspectos tan aparentemente inconexos, se crea una nueva realidad, aunque estrictamente literaria, como dirá Ortega, en la cual se cifra lo estético o lo poético mismo de la literatura (“la célula bella”, según el filósofo de Madrid).

               3. Cuando el viento está desesperado, agarra un cubo y lo lanza lejos

El humor que exhala gran parte de la producción greguerística de Gómez de la Serna y que constituye también parte de su formulación, actuando en paralelo con la metáfora, no es de cualquier calado -ni chabacano ni poético, según reivindica el propio autor-, sino siempre orientado a provocar una sana diversión. Esa diversión toma aspectos variados, aunque son muy interesantes -al tiempo que profundamente vanguardistas- todos los que tienen que ver con la liberación semántica o gramatical de las palabras: el hecho, por citar algunos casos, de que éstas se tornen polisémicas o se objetiven para transformarse en el tema mismo de la greguería (3). Con este recurso funcionan las siguientes greguerías: Los que echan cualquier cosa con números romanos -MCMXXXV- son unos MMMEMOS. O también: La H de Historia es el murallón de la Historia. Notemos cómo los números romanos mutan a letras, y las letras de algunas palabras, a imponentes imágenes militares. 

En la greguería se encuentra también -y es causa, en muchas ocasiones, de su humor-, una relación incongruente entre lo que se afirma y el pensamiento racional y habitual que tenemos sobre lo afirmado; del mismo modo, la incongruencia entre forma y contenido provocada por la falta de adecuación entre la forma aforística que parece adquirir la greguería y la intrascendencia del contenido que afirma. Pero no se trata meramente de afirmar un disparate. Las greguerías ocultan entre sus incongruencias aparentes, congruencias internas y secretas, que con su fina inteligencia, Ramón consigue hacérnoslas ver. Son fruto de su ingenio y de su mirada astuta y aguda sobre la realidad, y es lo que las hace indelebles y, como terminaré afirmando aquí, hasta filosóficas. En otras palabras: asentimos en que, pese a su apariencia insustancial, algo de verdad expresan estas expresiones humorísticas. De ahí la delicia de muchas greguerías y de ahí también su carácter iconoclasta y sincero a la vez, caracteres que se envuelven en el más efectivo de los embalajes: el humor. 

La medicina ofrece curar dentro de cien años a los que se están muriendo ahora mismo. Aquí, quizás más bien humor negro (hay mucho de él en la obra de Ramón), pero no por ello eximido de esa verdad secreta que el escritor nos presenta bajo la apariencia de una mera fruslería. Puede que la greguería tenga hasta la función de válvula de escape de muchas represiones racionales que, como tales, no nos permitimos expresar. Con su lectura, esas ideas quedan sin embargo sublimadas y expresadas en forma literaria, dispensándonos a la vez de culpa, lo que las hace aún más deliciosas: Obras completas: féretro de lujo con los restos completos del autor. 

                4. El pez está siempre de perfil

Como he dicho al comienzo, la greguería posee un trasfondo filosófico que merece la pena considerar. Hay quien ha hablado por ejemplo de que, con ella, se ponen en marcha una suerte de sistema parafenomenológico o intuitivo de experimentar el mundo (4), mezclado con algunos instrumentos de acción propiamente vanguardistas. Gracias a ellos, Ramón mira la realidad de manera ralentizada, cinematográfica, fijando la atención en aspectos a veces minúsculos que adquieren una fuerte presencia literaria y expresiva intencionadamente desacorde con su relevancia real. Lo que pasaría desapercibido adquiere las notas de lo presente enfatizado, lo cual descoloca y desacomoda al lector, pero le entrena a cambio en el sano ejercicio de prescindir y desterrar del horizonte la mirada común, la respuesta fácil y la actitud automatizada. 

Notemos que este talante, que cabe calificar también de iconoclasta, no es meramente destructivo: al contribuir al derribamiento de los modos de pensar consensuados, se promueven nuevas perspectivas sobre la realidad, lo que a su vez anima a adoptar una mente abierta ante posibles significados y propuestas de pensamiento rupturistas y alternativas. La greguería, por eso, atenta contra los lugares comunes, y es hermana del asombro consustancial al filósofo y del niño descrito por Nietzsche en el famoso capítulo “De las tres transformaciones” de Así habló Zaratustra. En ese sentido, la greguería es nihilista, pero creadoramente hablando. De ahí su encanto y su frescura: Cuando nos recomiendan la acelga para vivir no tienen en cuenta que sabe a planta de cementerio.

Todo esto señala sin duda a algo más importante: que la greguería juega con y apela a la inteligencia, aunque a veces parezca que lo que afirma sea un puro dislate: Menos mal que a los mosquitos no les ha dado por usar saxofón. ¿Es una estupidez? Puede que sí, pero semejante afirmación es también la prueba de que es posible poner en marcha una mirada ingeniosa sobre el mundo, capaz de tejer con cualquier objeto por más minúsculo y trivial que nos parezca asociaciones insólitas que a la mayoría le pasarían desapercibidas, pero que, una vez expresadas, le arrancan su connivencia y asentimiento. Si no fuera así, no se desencadenaría el humor. 

Los insectos han inspirado muchos de estos recursos a Ramón Gómez de la Serna: Las moscas son los únicos animales que leen el periódico. Sólo a un “filósofo de domingo”, como llamó Francisco Umbral a Ramón Gómez de la Serna, se le ocurriría detener su atención sobre estos insectos fastidiosos, pero absolutamente irrelevantes, y dedicarles aforismos baladíes con apariencia de solemnidad. No es serio, dirían algunos que consideran que la filosofía es siempre grandilocuente y trascendental. Se equivocan. En realidad, la filosofía parte muchas veces de un simple giro en la mirada depositada sobre el mundo, y, como en la greguería, en la expresión lingüística ulterior más adecuada para su correcta aprehensión. En propiedad, sólo es filósofo aquel que es capaz de mirar de otra manera el mundo, de extrañarse y sorprenderse frente a él; como la greguería nos enseña, el filósofo sabe que, a veces, lo que aparenta ser racional es profundamente estúpido, y, viceversa, que lo irracional oculta razones profundas que puede que merezca la pena considerar. Es la enseñanza clave de muchas de las greguerías.

Termino con algunas de las que Ramón dedicó más directamente a la filosofía:

Hay un momento en que el astrónomo, debajo del gran telescopio, se convierte en microbio del microscopio de la luna que se asoma a observarle.

Nuestra verdadera y única propiedad son los huesos

Si te conoces demasiado a ti mismo, dejarás de saludarte

El tiempo no es oro: es purpurina

Vivir en un siglo es como vivir en todos si se saben mirar con serenidad la piedras.

El filósofo es un caza moscas perpetuo.

(1) Véase Celia María Gutiérrez: “La greguería como “célula bella”: un correlato de la teoría orteguiana”. Revista Signa, 26 (2017), págs. 219-243 y Gabriele Morelli: “Presencia e importancia de la greguería de Ramón Gómez de la Serna en la Generación del 27”, Artifara 20.2 (2020) pp. 37-45

(2) Esta confluencia la ha estudiado Celia María Gutiérrez en art. cit. Véase también Ricardo Fernández Romero: “Meditaciones de Ramón: La práctica y las ideas estéticas de Ramón Gómez de la Serna y José Ortega y Gasset en
paralelo (1910-1914), Hispanic Research Journal, 20:6, 583-597.

(3) Sobre este recurso ha escrito Ana María Mopty de Kiorcheff: “Greguerías y microrrelatos”, en Revista Electrónica: Documentos Lingüísticos y Literarios, UACh, nº 26-27.

(4) Ricardo Fernández Romero: “Meditaciones de Ramón: La práctica y las ideas estéticas de Ramón Gómez de la Serna y José Ortega y Gasset en paralelo (1910–14)”, art. cit.