Raquel Luque Ramírez - 2º Bachillerato IES Galileo Galilei. Dos Hermanas (Sevilla)
La educación, aquello que tanto se anhelaba hace siglos por niños que tenían ansias de aprender y descubrir nuevos conocimientos, y un sistema tan rechazado por las generaciones actuales. Para algunos puede suponer una etapa vital en la vida de toda persona, de distinta duración, pero necesaria para el desarrollo posterior. A mi parecer, la educación es la formación de los niños, adolescentes y jóvenes, que se encargarán de llevar este mundo hacia delante en un futuro. Es un tema tan debatido actualmente, que hay diversas ramas por donde analizarlo. Pero antes de este estudio, me he tomado la molestia de descubrir cuáles son las dos versiones de la educación, la del maestro y la del alumno.
“Me encanta mi trabajo y enseñar, pero esta premisa queda vacía cuando día a día choco con los trabajos que me impone el propio sistema: legislación cambiante, exceso de burocracia, aulas masificadas… Todo ello impide el desarrollo de la vocación de muchos docentes, que lo único que pretendemos es abrir la mente de nuestro alumnado, hacerles pensar y presentarles otras realidades. Es una auténtica pena que el esfuerzo del alumnado y profesorado choque con la realidad de los intereses políticos”.
“Pienso que es agobiante para los estudiantes que cambien las leyes cada dos años. En muchas ocasiones el temario es muy denso y no da ni tiempo a verlo completo ni a comprenderlo con exactitud. Además, me gustaría saber qué criterios emplean para evaluar las asignaturas, para saber así en qué aspectos tengo que mejorar”.
Sin mencionar a qué versión corresponde cada premisa, es fácilmente distinguirla con tan solo ver qué dos puntos de vista adquieren cada una.
Como alumna de 17 años, en mi último año de instituto, he podido observar una educación muy cambiante en seis años con una pandemia incluida. Claramente, mis direcciones no irán tan encaminadas como las de un maestro, pero aun así intentaré abarcar ambas interpretaciones.
En primer lugar, creo primordial tratar acerca de un tema tan mencionado en los telediarios, las nuevas tecnologías. Es imposible negar que las pantallas han llegado para quedarse, y con ello han influido en todos los aspectos de la vida de las personas. La educación no se salva de esta norma. Es más, tanto profesores como alumnos hemos notado un gran cambio en el antes y después de la pandemia con el uso de la plataforma Classroom, la cual era utilizada en los meses de confinamiento para continuar impartiendo clases desde las viviendas. Y con la vuelta presencial a las clases, la esperanza de que finalizara el uso de esta aplicación desapareció. En mi opinión, pienso que es una herramienta muy útil para poder conseguir material para estudiar o conseguir documentos que difícilmente pueden ser enviados a todos los alumnos por correo. Pero, ¿es necesario recibir continuamente anuncios y tareas en horarios no escolares? No importa cuando sea, a la hora de cenar, a la hora de dormir, a las siete de la mañana recién levantad@, este viernes tarde en el parque con amigos… Siempre llegaba la notificación del Classroom. Como consecuencia, el continuo vínculo al estudio hace difícil la desconexión. Mientras que antes de la pandemia, los profesores siempre debían mandar los deberes y poner exámenes en el horario escolar; tras esta epidemia, cualquier alumno puede recibir el anuncio de un nuevo examen mientras está desayunando. ¿Sobreexplotación de su uso? Probablemente sí. Sobre todo cuando esto choca frontalmente con la legislación promovida por las autoridades legislativas con relación a la desconexión digital de los trabajadores para un mayor aprovechamiento y disfrute personal y familiar.
Y relacionado con dicho tema, si se supone que hay una mayor conexión con la educación, ¿el rendimiento académico no debería mejorar? Eso que se lo pregunten a los jóvenes de 13 años adictos a las pantallas. Es una lamentable realidad, vivimos enganchados a una realidad ficticia. Mientras que hace cincuenta años, los libros acaparaban la mesa de estudio, ahora esta está repleta de ordenadores, iPads y móviles. Todo esto causa tal nivel de distracción y desorganización en la mente del alumno, que le imposibilita la concentración a la hora del estudio. Y no solo eso, sino lo perjudicial que los aparatos tecnológicos resultan en el horario de sueño, algo primordial para el efectivo rendimiento.
Un gran número de medidas han intentado imponerse, pero claramente la sociedad se contradice. Los alumnos recibimos día a día las típicas frases de “No podéis estar enganchados todo el día con los móviles”. Pero bien, yo no puedo trabajar ni estudiar sin utilizar el Classroom, el cual lo tengo instalado en mi ordenador y móvil. Esto, de nuevo, se contrapone con la idea de la desconexión digital. Por un lado, el legislador dicta normas para salvaguardar la adicción a las recientes tecnologías; cuando por otro lado, la potencia de tal forma que es indispensable su continuo uso.
A continuación, ubiquémonos en la estancia en el propio centro educativo. De media, un alumno de media se acuesta a las doce de la noche y se levanta a las siete de la mañana. Para los adolescentes, las horas necesarias de sueño están entre 8 y 10 horas. Pues con tan solo siete horas, debe asistir alrededor de seis horas de clases. Con estos datos, es normal que se le imposibilite la concentración, y todo lo que no ha comprendido en el centro, tendrá que recuperarlo en casa.
También, como se ha mencionado antes en las palabras citadas por un profesor/a, muchos centros (en su mayoría públicos) tienen complicaciones con las instalaciones, materiales y demás. Asuntos que deberían ser arreglados rápidamente para no interferir en la enseñanza y que por desgracia pueden estar desatendidos durante meses. ¿Por qué no se actúa con la rapidez posible qué debería? ¿Qué está ocurriendo? Lo mismo me pregunto cuando hay institutos que presentan clases con más de treinta alumnos, claramente una estancia inviable para poder impartir clases en condiciones. Nuevamente, ¿por qué no se actúa como corresponde? La falta de acción y pasividad hacen que estas situaciones se vivan en más centros en estos años. Por ejemplo, un caso donde a última hora un centro educativo abrió una tercera clase de primero de bachillerato y por falta de aulas, los alumnos tuvieron que recibir clases todo el curso en un SUM, un espacio no preparado para esta finalidad y donde se vivieron numerosas dificultades con respecto a la disposición y carencia de materiales.
Pero todos esos factores ya se conocen, así que volquémonos a otro asunto de gran vitalidad, la motivación. El ser humano necesita una motivación que le impulse a recorrer un camino con el fin de conseguir su meta final. Esto ocurre con los estudiantes, deben estar motivados a querer aprender lo que se les está impartiendo, porque de lo contrario las enseñanzas de los profesores no sirven para nada. Por desgracia, la mayor parte de la motivación actual es aprobar el examen y sacar la máxima nota. Y recordemos que este no es el objetivo de las escuelas, sino aprender, adquirir conocimientos que les sirva en momentos futuros y no solamente para plasmarlo en una hoja de papel.
La cuestión debería comenzar por ahí, animar a los estudiantes a amar el aprendizaje, sacar lo mejor de ellos y ayudarles a encontrar sus pasiones. Es por eso que si un estudiante sabe que a primera hora tiene clase de una asignatura que odia porque la forma de impartir es muy monótona y el contenido le parece adormecedor, entrará al aula con desgana. Por otro lado, si el profesor cada día desarrolla actividades didácticas y técnicas innovadoras, logrará captar la atención del alumnado que sentirá curiosidad por dicha originalidad y acabará captando lo esencial del tema. Por lo tanto, ¿es esto una insinuación a los profesores para que cambien su temario? Ni mucho menos, ellos se ajustan a las normas impuestas por los de arriba. Pero sinceramente, como alumna que he sido, recuerdo haber tenido asignaturas que un año deseaba escuchar las lecciones del profesor y escucharlo por la forma
en la que daba el temario, y al año siguiente, con otro profesor distinto, se me hacía imposible no odiar la asignatura. Y supongo que lo mismo les ocurrirá al profesorado en función del comportamiento del alumnado, ya que no es lo mismo impartir clases en una clase donde se mantenga el silencio a otra donde las bromas, comentarios, risas y gritos dominen el ambiente.
Es decir, a la hora de la verdad, el peso recae en muchas partes, por lo que sería injusto culpabilizar a un solo sector.
Como vemos, son tan diversos los factores que influyen en la educación, que cuesta pensar en una manera que recoja todas las medidas necesarias para optimizar la enseñanza. Y sobre todo, en un acuerdo y continuidad en el sistema educativo.
Entonces, ¿por dónde podrían comenzar a hacer cambios? Para empezar, y algo en lo que ya se está trabajando con el cambio de la PEvAU, el alumno debe aprender, y no tanto memorizar. Además, fomentar la estancia en los institutos como lugares a los que se quiera ir con ganas y no con desprecio, ayudando a los alumnos a potenciar sus puntos fuertes y mejorar los más débiles. Y por supuesto, uno de los puntos más significativos a mi parecer, instruir a estos jóvenes en ámbitos más sociales, económicos o políticos relacionados con la vida cotidiana. Es decir, la juventud de hoy en día apenas puede entablar una conversación de política, conocer cuáles son los conceptos básicos de economía (como interpretación de facturas, contratos laborales y bancarios…) o desarrollar inteligencia emocional que le permita tener relaciones fuertes y estables con los círculos cercanos. Considero que son contenidos imprescindibles que podrían integrarse en asignaturas como Política Contemporánea, Relaciones Administrativas o Metodología emocional. Así como un conocimiento más profundo de la historia pasada, donde vemos que continuamente se repiten los mismos errores con diferentes motivos y diferentes actores, pero teniendo el mismo fondo.
En resumidas cuentas, el ámbito educativo necesita urgentemente cambios si se quiere conseguir un futuro prometedor. No obstante, como todo actualmente depende de la política, el cambio debe venir de ahí. Y hasta que se produzca, todos los integrantes de este campo deberían concienciarse y contribuir en todo lo posible.
Busquemos juntos una educación que instruya para aprender, no para olvidar; busquemos juntos un sistema que fortalezca a los estudiantes, futuros gobernantes.