Magdalena González - Profesora de Historia del IPEP de Cádiz
Uno de mis profesores y colegas favoritos es Juan de Mairena, el heterónimo de Antonio Machado cuyas sentencias, donaires, apuntes y recuerdos vieron la luz en forma de libro en 1936, publicado por la editorial Espasa-Calpe. Se recogían allí las columnas que desde dos años antes se venían publicando en Diario de Madrid y El Sol. Un regalo entonces y ahora. Organizaba el maestro de manera clara su pensamiento, cada vez más avanzado, y la experiencia personal de su tiempo, cada vez más confuso, utilizando como referente el espacio compartido de la conversación en el aula. Recordemos que por aquellos años, Machado, catedrático de francés, había obtenido una plaza en el Instituto Calderón de la Barca de Madrid.
Mairena es un profesor informal, “con las manos en los bolsillos”, que “conversa con sus alumnos, casi niños, en una clase voluntaria y gratuita de Retórica (ejercida al margen de su asignatura oficial, la Educación Física)” (Valverde, J. M. (ed.), “Introducción”, en Machado, A.: Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo (1936), Madrid, Editorial Castalia, 1971, pág. 15) . Era también uno de los discípulos de su siempre reivindicado maestro, Abel Martín, síntesis de la mejor tradición educativa española, la que se apoyó en el krausismo, la Institución Libre de Enseñanza, la Escuela Moderna y la pedagogía renovadora de los años treinta que acompañaba el proyecto de modernización democrática de la II República en España. Librepensador, heterodoxo, humanista y republicano, Juan de Mairena tomaba notas para un singular manual práctico que pudiera acompañar a perplejos: “Por eso yo os aconsejo –Oh dulces amigos!- el pensar alto, o profundo, según se mire” (Machado, A, op. cit., pág, 117) . Hablar sin miedo, formular el pensamiento a través de la palabra, compartirla, dudar y comprender, utilizar las herramientas propias de la ciudadanía crítica del tiempo presente: “¿Saco tres bolas? Con una basta. Lección 24: Sobre el juicio. Venga” (Ibid., pág. 207) . Un saber de primera calidad a través de la lengua, instrumento para formar a jóvenes (sin mujeres en aquellas aulas) arriesgados y exigentes. Adelantar la dignidad humana a través del ejercicio de la inteligencia: “Nosotros que hablamos al hombre, también sabemos lo que decimos” (Ibid., pág. 252 ) .
Mairena piensa en alto para sus alumnos y ejerce su magisterio en conversación continua. Vibra el silencio de quienes le escuchan. “Señor Gonzálvez. Presente. Respóndame sin titubear. ¿Se puede comer judías con tomate? (El maestro mira atentamente su reloj)” (Ibid., pág. 47). Una atención expectante y afilada se extiende por las páginas de este libro. Es Machado, trasunto ahora de Mairena, el que respira junto a quienes leemos hoy estos textos, atendiendo a la pausa que tensa las conocidas palabras del maestro, también profesor de Poética, animando a la intervención de los discípulos: “Desarrolle ese tema, joven”. O aquel, “Comprende usted, señor Martínez? Creo que sí. Salga a la pizarra y escriba…” (Ibid., pág. 64) .
“Mairena lo miraba con simpatía no exenta de respeto, y nunca se atrevía a preguntarle. Sólo una vez (…) Usted… Joaquín García, oyente (…) Conviene que alguien escuche. Continúe usted, señor García, cultivando esa especialidad” (Ibid., págs. 150 y 151) . Habla Mairena a sus alumnos. Los induce al pensamiento crítico y a la respuesta ética. Los respeta. Crea así un nosotros que se acerca a la extrañeza intelectual de conocer y organizar el mundo: “Por fortuna, nosotros, después de tantear, corregir y borrar para escribir de nuevo, supimos, a última hora, romper, y arrojar todo el fruto de nuestro trabajo al cesto de la basura. (…) Y ahora, agarraos, hijos, adonde bien podáis, para escuchar lo que voy a deciros”( Ibid., págs. 150 y 151). Y se repite esa espera curiosa y tensa de alumnos y maestro que alienta inquietudes y sacude la inercia del alma: “Para los tiempos que vienen, no soy yo el maestro que debéis elegir, porque de mí sólo aprenderéis lo que tal vez os convenga ignorar toda la vida: a desconfiar de vosotros mismos” (Ibid., pág. 67).
Palabra y silencio. Comprensión compartida. Emoción del conocimiento. Nos lo enseña Mairena. Monotonía de la lluvia en los cristales.