Juan Antonio Rodríguez Tous - Ex profesor de Filosofía de la Universidad Pompeu Fabra y de la US.
Smiling. El smiling consiste en sonreír constantemente por imperativo social o laboral. La sonrisa resultante es de tipo falso o impostado. En las sociedades contemporáneas, el smiling es obligatorio en numerosos contextos de interacción humana. Gracias al imperativo del smiling, el gasto en tratamientos ortodentales aumenta cada año. La sonrisa falsa ha adquirido un enorme prestigio en el género de los autorretratos ocasionales o selfies.
Sonrisa falsa. La sonrisa falsa o impostada resulta de la activación de los músculos cigomáticos, con o sin exhibición del arco dental. No se activan los músculos orbiculares, como ocurre en la sonrisa natural o espontánea, de modo que la expresión resultante es artificial y asimétrica. No es fácil distinguirla de la sonrisa espontánea. Esta última se denomina también sonrisa Duchenne, en honor a Marcel Duchenne (1806-1875), descubridor de la fisiología de la sonrisa. Duchenne utilizaba un estimulador eléctrico para producir contracciones musculares faciales en sus pacientes.
Se desconoce cuántos murieron electrocutados.
Risa. La risa es una reacción ante determinados estímulos exclusiva de los homínidos. Aún no hay consenso sobre su etología funcional: para algunos autores, la risa es una recompensa tras un logro. Para otros, se trata de un mecanismo de distensión que sucede a una situación de alerta o peligro. Hay quien explica la risa como un recurso amenazador, una especie de admonición. Ciertos tipos de risa, por otra parte, se producen como consecuencia de la estimulación superficial de ciertas partes del cuerpo, las «cosquillas». Se puede clasificar la risa atendiendo sólo a criterios etiológicos: risa tonta, risa floja, etc [véase]
Risa tonta. La risa tonta se produce normalmente por motivos igualmente tontos. Algunos de estos motivos han sido codificados con el paso del tiempo. Así, produce risa tonta el merengotartazo en la cara, la caída aparatosa tras pisar la piel de un plátano, la exhibición involuntaria de partes pudendas, la aplicación de metafóricos cuernos sobre la cabeza de un congénere en los posados fotográficos y, sobre todo, las situaciones irónicas en grado elemental, es decir, aquellas en las que el protagonista no sabe que está haciendo el ridículo, de modo que el ridículo es aún mayor. La risa tonta produce una general relajación muscular, normalmente muy agradable. En algunos casos, va acompañada de micción involuntaria («mearse de risa») y, en casos infrecuentes, acaba en defecación explosiva o «patas abajo».
Risa floja. La risa floja se diferencia de la risa tonta por su etiología, no por sus efectos. Formalmente, estos últimos son similares a los de la risa tonta, pero su causa se halla en la ingesta de determinadas sustancias legales (alcohol) o ilegales (THC). El consumo moderado de cannabinoides, por ejemplo, produce una risa floja incontenible y placentera. El consumo inmoderado, en cambio, produce estupefacción o idiocia facial (cara «de colgao») y desaparece la risa floja. El óxido nitroso o «gas de la risa» también produce el mismo efecto. Su consumo inmoderado puede producir muerte súbita («se murió de la risa») o descalabros diversos («se partió el culo de risa»).
Risa nerviosa. La risa nerviosa es un tic asociado a situaciones en las que el sujeto teme ser desenmascarado o descubierto. Rara vez desemboca en carcajada. Normalmente se reduce al amago («risitas»). Es indicio habitual de impostura, trapacería, mangoneo u ocultamiento de algo. Hay ocasiones en las que, sin embargo, su etiología es puramente psico-fisiológica («me entró la risa de pronto»). En estos casos, el sujeto puede sufrir consecuencias indeseables. Así, en un control de identidad aeroportuario internacional, las risitas suelen motivar registros humillantes y exhaustivos del pasajero («empezó con las risitas y le registraron hasta el kk»). En una entrevista laboral, por otra parte, conviene controlar la transición involuntaria del smiling a la risita (« Hemos terminado; se va a cachondear usted de su madre»).
Risa sardónica. La risa sardónica equivale funcionalmente a la sonrisa falsa. Consiste en una imitación voluntaria y onomatopéyica de la carcajada: jua, jua, jua. Su uso está muy extendido como muestra de cortesía, normalmente hipócrita. Se aplica a chistes malos, gracietas extemporáneas, ingeniosidades desprovistas de ingenio y, en general, a cualquier situación que obligue a soltar carcajadas corteses. Los autócratas suelen fomentar la risa sardónica entre sus siervos oprimidos. Así, Kim Jong-un exige a los norcoreanos que rían o lloren sardónicamente bajo severas penas de cárcel en caso de fingimiento o incumplimiento. En las series televisivas convencionalmente cómicas, se suelen incluir efectos sonoros sardónicos para indicar al espectador cuándo debe reírse. Por otra parte, el poder destructivo de la risa sardónica es enorme cuando se utiliza fuera de contexto («no te rías, que es peor»). Kim Jong-un, por ejemplo, condenaría a muerte a quien osara reírse sardónicamente en su propia cara de su grotesco corte de pelo. Los tiranos, en general, no soportan ni a los humoristas ni a los sardónicos.
Risa loca. La risa loca es la manifestación suprema de la hilaridad. Es espontánea e incontrolable. Afloja los miembros, libera los esfínteres, nubla la vista, produce llanto, dislocación mandibular, cefalea, estertores diafragmáticos y, en ocasiones, síncopes fatales. Su etiología es variada: en ocasiones, la provocan situaciones similares a las que producen la risa tonta. En otras ocasiones, en cambio, tiene un origen oral, de tipo narrativo (chistes o sketches). En casos muy excepcionales, sus causas son puramente especulativas o metafísicas: así, es posible enloquecer de risa leyendo a ciertos filósofos. La ultimísima filosofía contemporánea proporciona incontables desencadenantes de la risa loca.
Sonrisa boba. La sonrisa boba o bobalicona es un caso particular de la sonrisa beatífica. Es signo de felicidad, pero de tipo más bien fisiológico o puramente orgánico. Se sonríe bobamente como un alivio a una situación molesta. La defecación tras un periodo de estreñimiento, por ejemplo, provoca risa boba. Las flatulencias anales, también. En este último caso, se puede establecer una relación directamente proporcional entre el volumen del gas hediondo expelido y la longitud de la sonrisa boba consecuente («¡me he quedado muy a gustito!»).
Sonrisa beatífica. La sonrisa beatífica o eudemónica es signo de felicidad vital en grado superlativo. Transmite sensación de arrobo. Normalmente se asocia a la sabiduría lograda tras un arduo esfuerzo. Así, Buda sonríe porque ha descubierto el secreto del Nirvana. El místico sonríe porque ha contemplado el rostro de la divinidad. Es frecuente representar a los difuntos en los túmulos funerarios con este tipo de sonrisa, que indica un tránsito feliz al otro mundo. Aunque goza aún de cierto prestigio cultural (todavía hay sabios y místicos en el mundo), la sonrisa beatífica es hoy más frecuente entre quienes profesan algún tipo de creencia irracional. Un psicopedagogo, por ejemplo, sonreirá beatíficamente cuando halle alguna insignificante confirmación empírica de sus teorías rocambolescas. El cachorrito que defeca sobre la alfombra provoca sonrisa beatífica en su dueño zoofílico o animalista.
Risa satánica. La risa satánica, luciferina o, comúnmente, «maléfica» suele asociarse a psicopatologías diversas. El origen de la atribución a Satanás es incierto, aunque probablemente esté ligada a la evidencia de que los malvados suelen reírse a carcajadas cuando logran sus infames propósitos: en el cine de acción, las carcajadas complementan con frecuencia sanguinarios mondongos y matanzas multitudinarias. Asimismo, la risa satánica, que suele acompañarse de muecas y visajes, es indicio inequívoco de extravío mental extremo. Como recurso literario, puede indicar nihilismo sobrevenido por circunstancias adversas: «truéquese en risa mi dolor profundo / Que haya un cadáver más, ¿qué importa al mundo?». En la actualidad, sin embargo, la risa satánica ha perdido buena parte de sus connotaciones maléficas en favor de otras inofensivas o simplemente idiotas. Así, risotadas maléficas acompañan el ritual del truco o trato durante la celebración de jalogüín. Lejos de producir desazón o terror, estas risotadas provocan risa boba en el receptor. En casos muy contados, en cambio, este uso tontorrón de la risa maléfica provoca rechazo en el destinatario, e incluso náuseas y arcadas. Y es que la difusión de la práctica del jalogüín (un caso obvio de apropiación cultural masiva) tiene efectos lobotomizantes sobre la población infantil jalogüinizada («niño, no eres más tonto porque no te entrenas»).
Sonrisa enigmática. La sonrisa enigmática o misteriosa tiene una etiología igualmente enigmática.
Hay quien la ubica en el mismo orden que la risa satánica. Otros señalan su parentesco con el smiling en grado de tentativa. Así, el célebre gesto facial de la Gioconda podría ser un signo de malignidad o un simple amago de sonrisa. En el segundo caso, la Monna Lisa pertenecería al nutrido club de los smilers fallidos, siempre presentes en cualquier selfie de grupo. En esta época, con toda probabilidad, Monna Lisa habría impedido la difusión de su imagen, bien porque tener cara de bruja no mola en las redes sociales («tía, ¿tu quieres que me bloqueen?»), bien porque amagar una sonrisa equivale, en el mundo virtual, a mostrar cierto déficit sináptico («en esta foto tengo cara de tonta, así que ya la estás quitando del feisbú»).
Ironía. La ironía es una figura retórica cuyo uso humorístico puede provocar todos y cada uno de los diversos tipos de sonrisa y de risa. La ironía es un artefacto dialéctico: diciendo lo que se dice, se dice lo contrario de lo que se dice, de modo que lo dicho se desdice en favor de lo no dicho. Así, llamar «Fittipaldi» a un conductor temerario no es un elogio, sino un insulto: conductor zoquete que no sabe que lo es, futuro pitraco que dará mucho trabajo identificatorio a los médicos forenses. Del mismo modo, la buena educación se sirve de ciertas ironías codificadas para sortear situaciones incómodas: por ejemplo, no se recomienda ser sinceros ante una madre cuyo bebé es objetivamente espantoso. Se lo comparará amablemente con los simios («¡qué mono!») aprovechando que, etimológicamente, el término proviene del árabe maymún («afortunado»). Maestros de la ironía humorística fueron, por ejemplo, Oscar Wilde («Soy tan inteligente que, a veces, no entiendo ni una palabra de lo que digo») o Groucho Marx («Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna.»). El ejercicio de la ironía tiene también una indudable utilidad para la salud pública en las repúblicas democráticas: permite identificar de modo inequívoco a los fanáticos. Los sectarios carecen por completo de sentido del humor (como mucho, son proclives a la risa tonta). O bien no entienden la ironía y se la toman en serio (sectarios en grado elemental) o bien la captan y fingen indignación extrema o virtue signaling (sectarios en grado irrecuperable), adobada con condenas inapelables dirigidas al ironista.
Humor. El humor, en primer lugar, es la forma suprema de amor fati o amor al destino adjudicado a cada cual. En contra de la opinión común, las grandes tragedias de la vida se soportan mucho mejor con humor. Son célebres (y quizá legendarias) las últimas palabras de Oscar Wilde: «muero como he vivido: por encima de mis posibilidades». Pero, en segundo lugar, el humor suele ser signo de inteligencia. Es comprensible: el humor habitúa a la contradicción y la contradicción es la esencia de la experiencia. De nuevo, Oscar Wilde: «En este mundo sólo hay dos tragedias: una es no conseguir lo que deseas y la otra conseguirlo». Y, en tercer lugar, el humor constituye el signo distintivo de cada cultura y el modo más eficaz de generar adhesión emocional a la tribu: leyendo el Manual de resistencia de Pedro Sánchez, por ejemplo, cualquier ciudadano normal siente deseos incontenibles de solicitar a la ONU el estatuto de apátrida. Leyendo el Quijote, en cambio, uno se siente como en casa. No se recomienda, por supuesto, tomarse en serio las aventuras del Caballero de la Triste Figura. Nada de alancear modernos molinos de viento (es decir, aerogeneradores) a lomos de un rocín flaco en compañía de tu escudero, tu galgo corredor y en nombre de Dulcinea: el esforzado héroe sería acusado de maltrato animal, sabotaje, vandalismo, fraude laboral y acoso sexual, como poco.